Poder y dinero
Una lectura superficial de los resultados sobre la religión de los mexicanos en el Censo de Población y Vivienda 2020 podría ser la siguiente: el porcentaje de católicos presenta un descenso sostenido e irremontable; las denominaciones cristianas mantienen su discreto crecimiento; y -lo más relevante- hay un incremento silencioso y exponencial de personas sin religión.
Sobre este extremadamente simplista y simplificado panorama se han hecho los más diversos análisis y comentarios. La propia Iglesia católica reconoció una especie de ‘erosión moral’ de su institución ante la sociedad debido a ‘malos ejemplos’; otros actores vislumbran el agotamiento del sentido simbólico de las tradiciones religiosas comunitarias; y finalmente hay quienes de manera temeraria -e ignorante- aseguran que los datos no reflejan la realidad.
Vivimos en una época en que se desprecian los datos y las estadísticas mientras se abrazan las más disparatadas teorías de conspiración. Y, si bien es cierto que desde los datos duros se pueden construir las más distantes hipótesis, hay que recordar que la estadística es a la población lo que un mapa es al territorio. Es un punto de partida, una guía, una fotografía que requiere una buena interpretación para ubicarnos, para orientarnos. La posición desde donde hace la interpretación es tan importante que si el viajero lee su mapa al revés siempre estará perdido.
A primer golpe de vista, la explicación detrás del descenso de católicos en México se centra en dos fenómenos que se repiten en otras latitudes. Primero, los abusos sexuales cometidos por ministros dejaron a descubierto un corrompido modelo institucional de poder y complicidad del que -no hay duda- muchas personas decidieron no querer formar parte; segundo, las tradiciones populares religiosas perdieron el sentido de fe detrás de los gestos y los ritos.
Respecto a este último, la Iglesia católica quiso responder mediante el relanzamiento del ‘discipulado misionero’ a través de una ‘nueva evangelización’ que fuera formación vivencial, formal y permanente. Los datos del Censo, sin embargo, parecen revelar que ni los testimonios ni los esfuerzos programáticos de este empeño han tenido el efecto de adhesión esperado. La encuesta revela un discreto porcentaje en crecimiento de mexicanos con anhelos de espiritualidad trascendente (creyentes) pero sin adscripción religiosa. ¿En qué creen y por qué no se ajusta al inmenso abanico multifacético de religiones presentes en el país?
Esto nos podría conducir a la explicación del crecimiento de las diversas denominaciones cristianas. En primer lugar, es claro que la lenta transmisión de la conversión paterna en la prole ayuda a la sumatoria de fieles, también el infatigable proselitismo de sus miembros; sin embargo, los fenómenos que dan más luz sobre este crecimiento se encuentran en la incesante multiplicación de iglesias autocéfalas de predicación microcomunitaria (los permisos que cada año la Secretaría de Gobernación otorga a nuevas Asociaciones Religiosas dan cuenta de esto) y, no menos importante, la facilidad con la que estas pequeñas pero disciplinadas organizaciones pueden adherirse a proyectos sociales o políticos de ocasión. En México, a pesar de su historia y la resistencia constitucional a la participación de las entidades religiosas en la vida pública, hay por lo menos dos grandes participaciones indirectas de organizaciones religiosas en la política actual: en los Siervos de la Nación, un grupo de promoción de políticas públicas del gobierno federal adscrito a la Secretaría del Bienestar, y en el Partido Encuentro Solidario (antes Encuentro Social). En ambos visiblemente participan pastores, líderes y miembros de diferentes iglesias evangélicas, pentecostales, protestantes, centros cristianos y un largo etcétera.
El último perfil, el de personas sin religión o creyentes sin religión merece un análisis muy detallado porque en él se pueden encontrar los comprometidos márgenes de ateísmo, secularismo y agnosticismo o simplemente expresiones de indiferencia religiosa, espiritualidades inconexas o sincretismos culturales derivados del consumismo y la globalización.
En conclusión, este nuevo perfil plural del fenómeno socio religioso en México puede propiciar las más variadas lecturas, inquietudes y preguntas; estos resultados, por ejemplo, nos invitan a preguntarnos si algunas ideologías tácitas, no confesadas, pero ampliamente compartidas, no están sustituyendo a la religión o la pluralidad religiosa, si acaso vemos un fenómeno en el que se ha reemplazado religión por ideología… incluso dentro de las instituciones religiosas que defienden más obsesiones políticas, pragmáticas, legales o culturales antes de experimentar sobre la piel de la realidad la trascendencia de su alma y espíritu en un inmenso cosmos compartido.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe