La nueva naturaleza del episcopado mexicano
Carta sobre la mesa
Veinticuatro horas después de enviarle a Joe Biden una carta, tardía y poco emotiva, el presidente López Obrador nombró un nuevo embajador en Washington.
Se trata de Esteban Moctezuma Barragán, quien en su vida tiene una larga historia de trabajos inconclusos. El último de ellos en la Secretaría de Educación, donde desmanteló la Reforma Educativa, devolvió privilegios a los maestros disidentes de la CNTE y quedó atrapado en medio de un ciclo escolar derrotado por la pandemia.
Pero más importante resulta la carta, diplomáticamente decorosa, para abrazar al vecino Biden, en la cual, de fondo, López Obrador pretende dar por terminada una enfermiza obsesión “trumpista”, abrir un canal de comunicación con el nuevo equipo gobernante, reducir fricciones acumuladas y reencausar la relación bilateral.
En afán conciliador, el Señor presidente asegura: “a nuestros pueblos los hermana la historia, la economía y la cultura…”.
Eso es falso.
Por encima de la cordialidad convenenciera, la historia nos condena al rencor por la mutilación territorial. La cooperación económica y comercial es nada fraterna. La cultura en nada nos iguala, aunque Biden sea guadalupano.
La carta de López Obrador parece escrita en tono de advertencia al dejar claro que Estados Unidos debe respetar, sin pretexto, nuestros principios de no intervención y autodeterminación.
Por cierto, la carta fue redactada el mismo día en que se modificaron los parámetros de la seguridad nacional y se impusieron barreras a los agentes estadunidenses en México. En buena hora. Sin embargo, el equipo de Biden interpretará el hecho como una bofetada, igual que lo ha hecho el equipo de Trump.
–¿Será que todo cambiará para quedar igual o peor?