Lilia E. Cárdenas Treviño, líder social y promotora cultural
CIUDAD DE MÉXICO, 11 de noviembre de 2019.- A diferencia del físico que explica los movimientos del cosmos conociendo las propiedades del átomo, quienes diseñan las estrategias de seguridad pública desde hace más de dos décadas pareciera que no han tenido el interés de escudriñar a quienes son el núcleo de la violencia: los victimarios, considera el periodista y escritor Ricardo Raphael.
“Creo que deberíamos de replicar lo que hace el físico cuando tienen que explicar los grandes movimiento del cosmos, tiene que revisar el átomo, si entiendes el átomo entiendes el cosmos, y el átomo es el individuo, creo que el individuo, sobre todo el individuo que ha sido victimario es una fuente inagotable de explicaciones psicológicas, sociales, políticas.
“Tengo la impresión de que con esa idea que considera que el victimario apesta, y lo que hay que hacer es meterlo en la cárcel y cerrarle la puerta, o dejarlo en un penal de alta seguridad para no volverlo a ver nunca, nos hemos perdido la principal fuente de información sobre la violencia.
Hay que cruzar la puerta, ir a hablar con el victimario y verlo porque es una fuente inagotable de hipótesis que servirían para reformular las políticas en general, las sociales, militares, de seguridad y las policiales. Cuando miras el átomo dejas de proponer simplicidades que nos han costado mucho”, recalca el autor de la novela Hijo de la Guerra, que apareció en librerías en octubre pasado.
En entrevista el también conductor de televisión asevera que en los últimos 20 años se ha estado apreciando al cosmos de la violencia del país pero no se ha tenido la “entereza” para ir a las cárceles para conocer el origen del mal.
“Si tú hablas con un individuo con el que yo hablé, te das cuenta que es un ángel en caída, con una vida hecha jirones arrojado a la heroína, porque perdió casi toda su humanidad, y que de pronto un día se descubrió siendo nada, en el fondo de un ataúd en donde lo habían arrojado vivo para descomponerse”
“No te estoy hablando del Zeta 9 en sus mejores momentos sino del Zeta caído, y creo que en eso tiene mucho más reflexión y conciencia ya no solo de él sino del fenómeno de que estaba inmerso, lo cual puede servir mucho para que en el futuro evitemos esos errores que cometió el Estado, las personas y la sociedad para construir esa arma letal en la que se convirtieron estos hombres”, señala a Quadratín México en alusión al origen de su reciente novela.
Para escribir Hijo de la Guerra, Ricardo Raphael se encontró con Juan Luis Vallejos de la Sancha quien estaba recluido en el penal de Chiconautla en Ecatepec Estado de México y quien también se ostenta como Galdino Mellado Cruz, conocido como el Zeta 9, el fundador del que fuera el brazo armado del Cártel del Golfo: Los Zetas y quien según los reportes policiales murió en 2014 en un enfrentamiento en Reynosa, Tamaulipas.
“Un buen amigo y colega me dijo que en la cárcel de Chiconautla hay un individuo que dice ser el Zeta 9, quién sabe si dice la verdad pero menciona muchas circunstancias que parecen verdad.
«Lo mejor es que este reo quería hablar porque estaba en una doble condición: primero porque no se encuentra en un penal de alta seguridad, por lo tanto era mucho más fácil acceder a él, y segundo es un muerto vivo, es decir según la autoridad murió porque fue acribillado en 2014, entonces es inimputable, entonces puede contar lo que se le dé la gana”, relata el escritor a manera de contexto sobre cómo surgió el personaje de su novela.
El también director del Centro Cultural Universitario Tlatelolco enfatiza que no quería contar la historia de un grupo criminal sino configurar una historia donde el personaje que dice ser el Zeta 9 fuera una mirilla para entender la génesis de un aparato de guerra en el cual ha estado inmerso una gran parte del territorio nacional.
“A partir de enero de 2015 empecé a hacer una esfuerzo importante para poderme sentar con él en la cárcel de Chiconautla, logré hacerlo en marzo, a partir de esa fecha estuvimos en conversaciones un año y medio, cada miércoles, no para que me contara la historia de los Zetas sino la de su vida. Y este libro Hijo de la Guerra es el relato esos encuentros.
A la par de los encuentros semanales en el penal, Ricardo Rafael emprendió una investigación en archivos periodísticos, entrevistas con fuentes relacionadas al tema de narcotráfico que se prolongó por varios años para verificar lo que el recluso le narraba sobre su vida y en relación a los hechos los cuales se ostentaba como uno de los fundadores de los Zetas.
-¿Cómo fue el rigor para construir un personaje en base a hechos reales?
-Lo que no se puede perder de vista es que estos personajes son mejores novelistas que todo el mundo, porque de eso viven, ellos lo que generan son ánimos de terror, para poder extorsionar, obtener lo que quieren, para ganarle a sus enemigos, juegan más que con el AK-47 con el poder simbólico de las palabras.
Por eso cuando hablan para extorsionar o ponen las narcomantas o hacen una ejecución, o dejan una cabeza o un cuerpo, todo el tiempo están escribiendo, están haciendo su narrativa, cuando te topas al Zeta 9 es un mago de la ficción.
Sería ingenuo decir que de inmediato tenía una radiografía que me permitía por mi inteligencia y mi agudeza saber donde había ficción y dónde no. Y sobre todo porque muchas de las cosas que me decía tenían como un basamento de realidad, pero luego había una gran capa en donde era difícil saberlo o si se trataba de hechos en donde él exageraba los acontecimientos.
Hay algo que sí descubrí en el camino, no sé si el lector lo note pero hay veces en las que el Zeta 9 es el escritor de la historia, y aunque se adjudica haber vivido algunas cosas en realidad fue solo testigo, más que protagonista o fue más bien alguien que escuchó esa historia y luego me la contó a mí.
Entonces si hay un tema de ficción muy serio, porque son capas las que vas encontrando. Sí hay mucha desesperación en episodios de mi parte de saber en dónde hay verdad y en donde hay mentira.
Ante el discernir entre verdad o mentira: mejor solté los brazos. Dije, así como me impresionó su historia así tengo que contarla a la gente, mi idea es justamente traspasar esas historias que parecen verosímiles y que sea el lector quien juzgue.
-En la novela ¿cómo balanceas la ficción y la realidad ?
-Es una distribución del trabajo, hay hechos que él me contó que yo pude corroborar, ya sea porque había suficiente evidencia periodística o porque existía certeza en los expedientes judiciales o bien porque entrevisté personas que me ayudaron a corroborar la información.
Entonces el libro tiene una parte de ficción periodística, donde el periodista, algo parecido a mí, está metido en la novela y se encarga de contar, pero también hay otras parte de periodismo de no ficción corroborado con fuentes por lo que se trata de circunstancias comprobadas.
Del otro lado tienes una fuente que es este individuo, de quien no hay manera de probar en este momento su veracidad, porque tendría que hablar con sus colegas, hay cosas de su intimidad que no hay manera de confirmar. Hay cosas que me cuenta que no cuadran. Incluso en la comprobación me lleva a encontrarme con mentiras. Y entonces él se hace cargo de la ficción o de la novela.
Es un diálogo entre la novela que él cuenta y la no ficción que yo cuento, por eso es una novela de no ficción donde cada personaje se hace cargo de su parte.
Y en efecto, lo que él relata es un tejido con ambo hilos, una metáfora más menos de lo que hoy sabemos a propósito de la violencia del crimen organizado.
Hay partes que tenemos que reportar los periodistas pero que sabemos que no está bien corroborado, aunque lo diga el Presidente o la autoridad en su discurso.
Por otra parte, existe la información que tiene sentido y hay asideros. Creo que esta novela de no ficción es una metáfora de la manera en que nuestro oficio nos aproxima a esta materia tan voluble y difícil.
-En México han proliferado las historias y series que abordan al narco desde la ficción, ¿Consideras que esta tendencia lo ha vuelto un tema banal o común en la sociedad?
Te voltearía un poco el argumento, es decir, después de un año y medio de hablar con el Zeta 9, todos miércoles, lo que descubrí es que yo no soy tan bueno como pensaba, es decir que la violencia que yo llevo está muy ligada con la violencia viril de la sociedad mexicana, la cual conecta con la violencia de este reo.
Creo que fue un espejo, no quiero decir que se trata de una empatía me lleve a pensar que yo puedo ser un Zeta, pero sí creo que descubrí que la distancia no es tanta.
Cuando se construye ese puente de empatía, hay posibilidades de encontrar cómo esos cambios, esas sutilezas que hacia adelante pueden pacificar al país. No es que se banalice o se normalice la maldad sino que aleja de esa percepción de que ahí están buenos y por el otro lado los malos, el bien o el mal. Aquel árbol donde la serpiente le acercó una manzana a Eva es un continuo error.
Ahora, lo opuesto a mi crítica a estas series y a las narconovelas es que las han vuelto la caballeresca de la época, la figura de este bandido social trasladado al siglo 21 se vuelve admirable a alguien e incita a que lo sigan.
A mí esa es la parte que me incomoda un poco, no es que los humanizan o los banalicen sino que en realidad acaban glorificándose, y en este sentido la historia del Hijo de la Guerra es la antinarco novela porque a la hora que entro a su intimidad del protagonista y que te cuenta las pesadillas que lo asaltan todas las noches, que tiene los pies destrozados, que fue enterrado varios días tres metros bajo tierra, que se volvió adicto a la heroína, que acabaron con sus relaciones de pareja.
Se trata de un ángel caído muchos metros bajo tierra y en ese sentido no hay nada de glorificación, ni nada heroico, no hay caballeresca. En realidad, se encuentran las tristezas de las partes en el centro de la tierra.