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CIUDAD DE MÉXICO, 2 de noviembre de 2916.- En un ambiente que mezcla la festividad con la nostalgia y esbozos de tristeza, miles de capitalinos llegan a los muchos panteones que hay en la Ciudad de México, uno de los más emblemáticos y antiguos, el Panteón Civil de Dolores recibe a familias enteras que como cada año vienen a cumplir con la cita pactada para el encuentro con sus seres queridos que ya se adelantaron.
Cargando grandes ramos de flores, cubeta y escoba en mano, comenzaron a llegar desde el día 1 por la mañana; el panteón comenzaba a lucir los colores de la festividad, entre el naranja de la flor de cempasúchil y el rojo del terciopelo, con la blanca delicadeza de la nube, las tumbas comenzaban a relucir el esplendor sombrío que la muerte les otorga a las frías piedras y esculturas de mármol que adornan muchos de los sepulcros, pero que en ellos está fundido todo el calor del amor y el dolor que se guardan los aquí quedan a llorar la ausencia.
Mujeres que recuerdan con lágrimas en los ojos al padre que falleció; hombres que van acompañando el recuerdo del suegro; jóvenes familias que llevan a los pequeños con el disfraz y en una mezcla entre lo sacro y lo profano, entre la tradición y la mercadotecnia importada, llevan lutos lo mismo de uno que de 10 o 20 años, más, menos, eso es irrelevante cuando la ausencia duele igual que el primer día; todos cargan también la ilusión del reencuentro.
Como la señora María Elena Solanes, habitante de la zona cercana de Observatorio y que es asidua visitante del Panteón de Dolores pues aquí están enterrados todos sus antepasados, como ella misma dice, pues asegura que están bisabuelos, abuelos y demás familiares, “aquí están todos mis antepasados, aquí tenemos a toda mi familia enterrada, entonces venimos siempre a dejarles flores aunque no sea Día de Muertos”, comenta.
Sin embargo para doña María el significado de estos días es contradictorio en su corazón pues con los ojos cristalinos y el temblor en su voz entrecortada asegura que son fechas tristes, pero también de alegría y tradición.
“Estos días significan mucho dolor, mucha tradición, mucho sentimiento, recordar a los seres queridos que siempre están con nosotros, las tradiciones de cómo vemos la muerte, menos trágica; también la comida, los colores el papel picado, nos gusta todo eso, entre celebración y nostalgia porque todavía nos siguen doliendo los seres queridos”, aseguró.
Otra familia va llegando, jóvenes que llevan a sus pequeños, disfrazados de pequeños vampiros, como la tradición anglosajona pero que vienen a recordar a la abuelita que yace en algún lugar de este enorme panteón.
Con la sinceridad que caracteriza a los niños, Jean David, el pequeño hijo de 8 años de la joven pareja, algo apenado acepta hablar ante el micrófono y luego de recibir su calaverita nos dice que viene a visitar a su abuelo que trabaja en el cementerio, pero también a la abuelita que ya descansa ahí mismo, “vengo a ver a mi abuelita Naty y sí me gustan estos días porque voy a pedir dulces”.
Cada tumba con una historia detrás, y también con su olvido, así como hay quienes dedican este día para adornar y «dar vida» al sepulcro, existen infinidad de ellos que han sido olvidados en el correr de los años, tumbas de principios del siglo pasado que han observado la muerte en sus diferentes épocas, compartiendo el frío, la oscuridad, las noches de luna, de lluvia, la soledad y en estos días, la fiesta, el color y la tradición, misma que parecen compartir entre unos y otros. Así transcurre una celebración más de esta viva tradición, emblemática de nuestra cultura y admirada por los visitantes, el Día de Muertos que curiosamente se niega a morir.