Lilia E. Cárdenas Treviño, líder social y promotora cultural
CIUDAD DE MÉXICO, 2 de noviembre de 2019.- Entre altares, bailes, ceremonias, danzas, comparsas, huehues, máscaras, música, oraciones, pirotecnia, rituales y sepulturas, regresa como cada año una de las fiestas más importantes de la Huasteca Potosina, que revive incluso -desde el punto de vista turístico y cultural- a algunos municipios que no cuentan con parajes naturales de habitual concurrencia.
Más allá de la creciente polémica desatada por algunos puristas acerca del nombre: Xantolo, Sanctorum o Día de Muertos, lo cierto es que la celebración termina por congregar a gente de todas las ideologías, estratos sociales y económicos, y no hay quien se resista a los tradicionales “chichiliques”, como se le conoce a los bocadillos en el altar en memoria de los muertos, pero que degustarán los vivos.
En esa parafernalia, uno de los aspectos más relevantes es la indumentaria, como las máscaras, sobre todo si respetan la originalidad de la madera: Pemuche es el árbol más moldeable y utilizado, como ocurre en Los Sabinos, una localidad de Tampamolón Corona famosa por sus artesanos, quienes a lo largo del eje carretero Xolol-Tamuín, visten de colorido las cunetas con sus elaboraciones.
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