Navidad y tinieblas
Con el desmantelamiento de los activos del Estado, evisceraron la articulación entre la sociedad y la de ésta con sus autoridades.
Si los lectores aceptan la hipótesis expuesta hace dos semanas, que refiere cómo el proyecto de la Revolución empezó a diluirse con el crecimiento de las deudas pública y privada externas, con el desmantelamiento de los activos del Estado, para adelgazarlo con la idea de hacerlo más eficiente, también debe aceptarse que durante el actual sexenio cayó sobre los políticos el peor de los escenarios, como lo refiere Arnaldo Córdova: la sujeción del gobierno, por ende del Estado, al control de EEUU.
¿Cómo ocurrió? Muy sencillo, convencieron al entonces presidente electo, en 2006, de declarar la guerra al narco, antes, mucho antes de que los barones de la droga estuvieran armados como lo están hoy, gracias a operativos como el Rápido y Furioso.
La observación no es mía. Eric Hobsbawm expone: “…determinados individuos o grandes corporaciones poseen [hoy] tanto dinero como los estados mismos. En buena parte gracias a la magnitud que han alcanzado las actividades ilegales, como el tráfico de drogas y el contrabando. […] En las guerras del futuro estas cuestiones serán, en mi opinión, cada vez más importantes. […] Trescientos milicianos bien armados, que no estén controlados directamente por ningún estado o gobierno, pueden incursionar fácilmente en vastas zonas y limpiarlas de ‘enemigos’. […] Cuanto menos estructurados, estatales, son los conflictos armados, más peligrosos son para las poblaciones civiles”.
Las consecuencias de esa decisión las padece ya la sociedad, además de haber desprovisto al Estado de los últimos vestigios del proyecto de la Revolución, de alargar el periodo, sin argumento lógico ni instrumentación, de una oferta de transición para reformar la política y la economía: miles de desaparecidos, decenas de miles de muertos y, lo más grave, incertidumbre y desconcierto en las políticas públicas de un gobierno que hasta los cadáveres de sus enemigos pierde.
La inquietud que deseo incentivar en el lector no fue concebida por mí, es producto de la lectura de Algo va mal, de Tony Judt, donde aprendemos que “… El resultado (de la globalización, del libre mercado) es una sociedad eviscerada. El ciudadano de a pie -necesitado del subsidio de desempleo, atención médica, prestaciones sociales u otros servicios instituidos oficialmente-, ya no acude de manera instintiva al Estado, la administración o el gobierno.
“Esta reducción de la <<sociedad>> a una tenue membrana de interacciones entre individuos privados se presenta hoy como la ambición de los liberales y de los partidarios del mercado libre. Pero no deberíamos olvidar que primero, y sobre todo, fue el sueño de los jacobinos, los bolcheviques y los nazis: si no hay nada que nos una como comunidad o como sociedad, entonces dependemos enteramente del Estado… La pérdida de un propósito social articulado a través de los servicios públicos en realidad aumenta los poderes de un Estado todopoderoso”.
Regresa, entonces, con mayor fuerza, la posibilidad del autoritarismo y, por qué no, se acerca la amenaza del totalitarismo, si persisten como actuales las ideas económicas del siglo XIX.
QMX/gom