Frente a la guerra/Felipe de J. Monroy
Brujas
Abigail Williams, que estaba a punto de cumplir quince años de edad, no imaginó que una maledicencia iba costar la vida a 25 personas, además de la tortura y prisión a otras 200 aproximadamente.
Abigail mantenía relaciones con John Proctor, un hombre casado, mayor que ella al que presionaba –su precocidad no le quitaba lo chantajista, sádica e inmoral- para que se deshiciera de su mujer y huir de Salem. Proctor, por su parte, fue testigo de una danza de Abigail con dos amigas totalmente desnudas en el bosque. Así, hubo un empate técnico que tenía que ser destrabado. Consultaron a los reverendos Parris y Hale, quienes recomendaron decir que vieron a una mujer –la esposa, de la que se querían deshacer- danzando con el diablo y desviar así los pecadillos de la pareja. El juicio fue tomado por Arthur Miller para su novela The Crucible (el crisol).
Las brujas han acompañado al ser humano por siglos. La mujer griega llevaba dentro de sí “un animal sin alma”, esto es, la hystéra (el mismo útero) que siglos adelante las doctrinas agustinianas consideraron como la expresión de la convulsión uterina y del goce sexual, esto es, la intervención del demonio en el cuerpo femenino.
Pero no paró ahí la satanización de las mujeres histéricas, pues es sabido que el tratado Malleus maleficarum –el martillo de las brujas- de los monjes dominicos Kraner y Sprenger, envió a la hoguera a miles de féminas condenadas como harpías o poseídas, inventando así la inquisición.
La Biblia, sobre todo el antiguo Testamento, prohíbe la magia al señalar que “no realizaréis adivinación ni magia” (Levítico 19.26; Deuteronomio 10.10), mientras que Lutero, en la traducción que hace del Éxodo (22.17) sentencia: (a) “las magas no las dejarás vivir”.
La ignorancia de los pueblos ha llevado a la hoguera o al cadalso, a miles de mujeres inocentes, como fue el caso de la filósofa y matemática Hypatia, a quien, en Alejandría, los cristianos (constantinos) desollaron utilizando conchas de mar, iniciándose aquí la irracionalidad cristiana.
Claque…claque…claque, así se comunicaba la bruja que aparecía en las tiras cómicas de la pequeña Lulú, cuando la niña se perdía en el bosque buscado fresas silvestres. También Hansen y Gretel tuvieron su bruja mala, y no se diga la que le tocó a Blanca Nieves, quien tuvo que vivir y luego dormir –la princesa- con siete enanos. No podemos olvidarnos de Hermelinda Linda con su súper buenísima sobrina o de la bruja de Cachirulo.
En Cuba debe uno recorrer el museo de la santería de Guanabacoa, muy cerca de La Habana. Ahí están los altares dedicados a las diferentes deidades –la mayoría yorubas- Cada cuarto es diferente y dan la sensación que el sincretismo afro antillano es positivo. Sin embargo, cuando se llega al último altar, de inmediato se siente la mala vibra: es el dedicado al Vudú. Candelas negras, tierra de panteón, huesos humanos molidos y fetiches de malignos provocan un rechazo automático del visitante.
Ellas son para nuestro ignorante pueblo las psicólogas, consejeras, conseguidoras, encantadoras del amor y del desamor.
Así como en el pasado las hechiceras practicaban el ergotismo, esto es, intoxicar a sus clientes con pan de centeno fermentado que hacía las veces del LSD, María Sabina, en la sierra de Oaxaca, proveía a sus seguidores de hongos alucinógenos. Carlos Castaneda, don Juan, describe a sus brujos y brujas mexicanas, alimentándose con extraños brebajes.
En Catemaco, México, las prácticas brujeriles son buena onda, como también las del mercado capitalino Sonora, donde se puede encontrar un sinnúmero de mejunjes, pócimas, hechizos, maleficios y fetiches de todo tipo.
Ellas han sido vistas viajando en escobas o preparando sus hechizos en enormes peroles. La verruga en la nariz es imprescindible, así como horribles dientes y estridentes risotadas en noches de luna.
Sigo pensando en hacerme una “limpia” con las de Catemaco, pero la crisis financiera internacional me ha dejado tan “bruja” que no me ha quedado ni para el pasaje, así que seguiré sobreviviendo a la buena de Dios.