Fortaleza digital con el aguinaldo
Tal cual
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Nos acaba de llegar y con su autorización, tal cual, lo compartimos:
Textos en libertad
Diciembre y la Navidad
José Antonio Aspiros Villagómez nos platica que diciembre se llama así porque era el décimo mes del año “según la cuenta de los antiguos romanos” y, después, el “duodécimo del calendario que actualmente usan la Iglesia Católica y casi todas las naciones de Europa y América” (Gran Enciclopedia Salvat, tomo 10, s/f).
Y era el mes más esperado por este tecleador durante su infancia –más que el siempre magro 6 de enero– por lo mucho que disfrutaba las fiestas decembrinas.
Cada año su madre lo llevaba por la avenida Parque Lira al mercado de Tacubaya para comprar la piñata, la fruta, el heno y el musgo, unas ramas de pino para colgar faroles, esferas y serpentinas en el Nacimiento que poníamos en una mesa grande, las velitas para cantar el “Ora pro Nobis” antes de pedir posada, las luces y coloridas canastitas de cartón y papel crepé llenas de colaciones, todo lo cual hacía la felicidad de los niños.
Éramos muchos primos y hermanos, suficientes para hacer las posadas en grande. Se adornaba todo el patio de la casa y nunca faltaron los romeritos, la ensalada de Noche Buena, el ponche, ni los buñuelos. Y un Niño Dios más grandote que las demás figuras del Nacimiento, que era arrullado por diferentes “madrinas” cada año.
Hace unas noches el tecleador recordaba con sus hermanos cómo, ya adolescentes, junto con otros compañeros de la ACJM nos reuníamos para partir piñatas -algunas, hechas por el tecleador- y tomar cubas en la casa del veterano boxeador Agustín Zaragoza, padre de Agustín y Daniel, quienes llegaron a ser campeones del mismo deporte.
Afuera de un conocido comercio en la avenida Insurgentes vendían castañas asadas, y atrás de sus grandes aparadores ponían figuras con música y movimiento que eran un atractivo de obligada visita. Según esos recuerdos, allí habría aparecido el primer Santa Claus que llegó al Distrito Federal.
Todavía nuestros hijos alcanzaron algo de aquellas tradiciones que cada vez fue más difícil conservar -incluidos los villancicos, grabados en un disco elepé por juveniles cantantes de rocanrol-, pues se desdibujaron cuando alguien convirtió las posadas en meros pretextos para libar, bailar y divertirse como en cualquier otra fiesta del año, y como las nueve posadas eran pocos días para ello, agregaron las preposadas.
Un día llegaron muchos santacloses para compartir con los Reyes Magos espacios en la Alameda Central, recibir las cartas de los niños y tomarse la foto con ellos. Los comercios se apoderaron vorazmente de la festividad e impusieron sus productos para la temporada (ahora los traen de China). Las piñatas ya no tienen olla de barro, son de un cartón que nunca se rompe.
Los arbolitos adornados con una nieve que no era propia de la capital mexicana (salvo en el Ajusco, y el 11 de enero de 1967 cuando nevó en la urbe), suplantaron en muchos lugares a los Nacimientos, algunos de estos muy bellos y hasta didácticos, como el de los tíos políticos Hilda y Guillermo, que llenaba una habitación con diversas y bien puestas escenas bíblicas.
Aparte, en una ciudad tan grandota como la de México… ¡qué pesado es diciembre! Peregrinaciones, parálisis vial, estacionamientos a tope, demasiados gastos, enloquecidos tumultos en calles y tiendas, escasez de taxis, alta contaminación atmosférica, visual y auditiva, montañas de basura, mayores riesgos de asaltos y accidentes. Y así pone cara de felicidad tanta gente.
Otros, en cambio, por todos esos motivos tienen sin proponérselo una Amarga Navidad, como el título de aquella canción de José Alfredo Jiménez que cantaba Amalia Mendoza. El tecleador suele decir que, si pudiera, desaparecería del calendario el mes de diciembre, y no porque se sienta un émulo de Scrooge, el personaje de Dickens, sino porque ha padecido todas estas calamidades y lamenta tener que rechazar la mayoría de las invitaciones a comidas y brindis de fin de año. Sería una pesadilla atenderlas todas, por mucho que se estime a los convocantes. ¿Por qué no festejar mejor la llegada del año nuevo en lugar del viejo, pero en enero, ya sin el estrés decembrino?
Y no tiene caso reiterar lo que todos sabemos: ni siquiera se conoce la fecha exacta del nacimiento del Niño Dios, y muchos estudiosos dudan que haya sido el 25 de diciembre. Pero eso es poco relevante frente al hecho de que la Iglesia lo festeja ese día y punto, sea exacto o no.
Al tecleador le queda la esperanza de que sobrevivan las tradiciones en su nuevo lugar de residencia, pues dicen que el municipio y algunos vecinos organizan adecuadas tertulias y concursos de Nacimientos. Y a falta de memorables conciertos de Navidad como aquel de 1999 de los tres grandes tenores, habrá en estos rumbos otros con intérpretes locales.
De manera que nos disponemos a engalanar navideñamente el hogar, pues ya llegaron acá “diciembre y sus posadas, y se va acercando también la Navidad”, en seguimiento de la canción Regalo de Reyes de David Lama Portillo y cantada por nuestro vecino de Tacubaya Javier Solís, a cuya novia Maura -una de varias- conocimos. “Por eso y muchas cosas más -y con permiso de su autor Luis Aguilé, donde se encuentre- ven a mi casa esta Navidad”.
No le quitamos ni una coma.