Abanico
Lejos de Dios, cerca del virus
Era el año 1687, cuando un grupo de creyentes católicos de Oaxaca, llegaron a la Ciudad de México, concretamente a Iztapalapa, con una imagen del Señor del Santo Entierro para ser restaurada. Nadie imaginaba que iba a ser su principal arma en contra de una epidemia.
Los oaxaqueños decidieron hacer un descanso en los alrededores del Cerro de la Estrella y se quedaron a dormir en una de tantas cuevas que existía en la zona.
La leyenda cuenta que cuando los peregrinos quisieron reanudar la marcha, sencillamente no pudieron cargar la imagen. Era como si su peso se hubiera multiplicado de manera misteriosa, lo cual fue interpretado por los católicos, como una señal de que la imagen mortuoria de Jesucristo no quisiera salir ya de ese sitio.
Fue así como empezó una de las grandes devociones católicas de Iztapalapa: el Señor de la Cuevita, que mereció la construcción de un templo y la apertura de un culto, que hasta la fecha se mantiene.
En la historia oral, que sigue a pesar de los años, se relata que en septiembre de 1833 se desató una epidemia de cólera en la zona central del país. No había manera de parar la infección y en la capital la gente enfermaba y moría irremediablemente.
Como una medida desesperada, los creyentes de Iztapalapa tomaron una acción extrema. Decidieron sacar la imagen del Señor de la Cuevita para pasearla por las calles, clamar la compasión a Dios y que terminara aquella terrible peste.
Un mes después, en octubre, cesaron los casos de cólera. El mal se fue así como había llegado, sin que nadie supiera cómo. El Señor de la Cuevita se consolidó como una imagen de veneración para los habitantes de esa zona del país.
Una década después, en 1843, los iztapalapenses celebraron la terminación de la peste 10 años atrás, con una representación de la pasión de Jesucristo, primero con imágenes y luego con actores. Nació así la que es una de las representaciones más famosas de México y el mundo durante la Semana Santa.
Sin embargo, los tiempos han cambiado, nadie sabe por qué los guardianes de la fe en Iztapalapa no han sacado la imagen para obtener nuevamente una respuesta divina que pare el Coronavirus, una epidemia más grave que la sufrida hace casi 200 años.
Para muchos, el Señor de la Cuevita debió haber recorrido ya las calles de Iztapalapa para parar en seco los casos de Coronavirus. ¿Cómo diantres no se ha hecho?, se preguntan, sin recibir una clara respuesta, porque si pudo frenar el cólera, seguro podrá hacer algo por detener el Coronavirus.
Iztapalapa, tan castigada por la pandemia moderna en nuestro país, alcaldía que se ha mantenido como la número uno de México en cuanto al número de contagios, es el centro del huracán del Covid-19.
En Iztapalapa jamás se ha respetado la sana distancia que debió guardarse. La mayor parte de sus dos millones de habitantes no tuvieron mella en su manera de vivir y eso les costó caro. Sus calles, sus tianguis, como El Salado, sus centros de reunión, no han parado del todo.
No hacer caso a la pandemia ha sido parte del estilo de vida de muchos de sus habitantes y pronto los hospitales de la alcaldía se saturaron de enfermos de Covid-19.
Y ahora los iztapalapenses está menos preocupados que nunca, porque se acerca el final de la sana distancia, a la cual muchos de ellos nunca se sujetaron, pero que ya termina, porque ya los tenía hartos, aunque jamás la hubieran cumplido.
Y para la próxima semana ya quieren tener libertad para moverse. Ven señales de las autoridades de que se acabó el encierro.
Los más de 9 mil muertos por Covid-19 en el país, se les empiezan a hacer “chiquitos”, a las autoridades. Su número ha perdido toda dimensión. No se valora ya si son muchos o pocos. Comparados con países como Brasil, estamos en la gloria, adelantan las autoridades.
Esta semana que termina se vio la imagen del subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, tratando de explicar lo que no ha podido hacer durante todo este tiempo de pesadilla: que la curva de la pandemia se ha achatado.
Su perorata fue inverosímil. Sobre la pantalla, mostró una gran línea roja ascendiendo de manera vertical, como un cohete que se va al espacio hasta llegar al tope de la gráfica, para después tomar una ruta hacia la derecha y desplazarse en una perfecta línea horizontal, constante, sin caer para nada.
El médico-científico dijo que eso era exactamente lo que hubiera pasado con el índice de contagios, si no se hubiese tomado acción alguna para enfrentar la pandemia. Esa inconsecuente gráfica la comparó con el número de contagios que se tienen actualmente.
La comparación de ambas líneas, para él absurdamente representa “achatar” la curva. El número de muertos y de contagiados, crece día a día, pero para el médico la curva se “acható”, porque es mejor hacer algo que no hacer nada. Por menos que eso, en cualquier país, hubieran cesado al funcionario, pero estamos en México y, lo sabemos, aquí no pasa nada.