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ACAPULCO, Gro., 1 de noviembre de 2023.- Desde los primeros instantes que el huracán Otis tocó tierra los daños fueron evidentes, sin embargo, a siete días de que el ciclón acabó con todo a su paso, la ayuda gubernamental no ha llegado de forma pareja para todos los habitantes de Acapulco, denuncia el periodista y director de Quadratín Guerrero, Ricardo Castillo.
La zona del barrio de la Covadonga, la península de las playas y caleta, aún se encuentran sumidas en la penumbra y la inseguridad, la energía eléctrica no se ha restablecido y los rondines de la fuerza pública no llegan a esta zona, a pesar que las colonias asentadas en este lugar fueron las primeras, por su ubicación frente al mar, en enfrentar las rachas de más de 300 kilómetros por hora de viento y la torrencial lluvia provocada por Otis.
“El fraccionamiento Las Playas, es quizá la zona más afectada y no ha llegado absolutamente ninguna ayuda. Los víveres y los artículos de primera necesidad primero los acapara el área conurbada de Acapulco, particularmente en la entrada y salida principal al puerto, donde no hubo tantas afectaciones como aquí”, relata el periodista quien ha vivido por más de 40 años en Acapulco.
“Por un criterio estrictamente ideológico, los gobiernos tanto federal como local han marginado a toda la clase media, que es la principal afectada. El huracán pegó primero y más fuerte en la zona costera de la bahía, que fue la que quedó totalmente devastada, pero nadie manda ni siquiera agua, porque las brigadas federales y los servidores de la nación atienden a colonias populares, aunque estos no hayan tenido impactos considerables por el huracán.
“La atención no se ha puesto en el centro de Acapulco y en la llamada zona tradicional del puerto. Aquí no llegan despensas ni los comedores comunitarios y la gente deambula por las calles en busca de agua”, describe Ricardo Castillo.
Sabedores de que los recursos y la ayuda gubernamental no llegan y no parece haber un mando que distinga las prioridades y las emergencias, la disyuntiva de los vecinos de estos barrios clasemedieros está entre salir a buscar alimentos con el riesgo de que cuando regresen a sus viviendas hayan sido saqueadas, la otra posibilidad, que tampoco es segura, es quedarse en casa e intentar distraer el hambre y los dolores de cabeza, recogiendo los desechos que Otis azotó en el piso, y que cualquier manual de seguridad recomienda no tocar sin la protección de guantes. Vidrios, madera, escombros y metales son un peligro, que quizá por haber formado parte de la casa parecieran ser inofensivos.
«Mi familia y yo seguimos incomunicados, sin luz y sin agua. No hemos podido salir de Acapulco porque el desastre en nuestra casa fue mayúsculo. Todos los días recogemos vidrios, cancelería de aluminio, escombros, papeles, ropa mojada, y parece que nunca terminamos», es la misma respuesta que da diferentes horas del día cuando por mensaje de WhatsApp algún amigo o familiar logra contactarlo.
Por las noches, el Acapulco violento e inseguro, ese que estaba ahí antes del huracán y que había generado 62 homicidios dolosos tan sólo en septiembre pasado, no da tregua y se manifiesta por medio de estruendos que todo mundo sabe que son tiroteos pero que ahora se escuchan con mayor nitidez a pesar de estar tan lejos como los alaridos de ambulancias.
“Estamos abandonados a nuestra suerte en seguridad, porque ni siquiera hay rondines de vigilancia a ninguna hora del día y menos durante la noche”, insiste Ricardo Castillo al inferir que la emergencia humanitaria superó al gobierno autoproclamado como el más humanista de la historia.