Poder y dinero
Hablo más con los seres que ya trascendieron que con los que comparto esta vida. Sé intuir los secretos que guarda el viento. Miro más cuando cierro los ojos y sé de la volubilidad de los gatos.
El tiempo me enseña a ser paciente, a huir de quienes absorben inútilmente mi energía, a saborear despacio el agua y a guardar plegarias en el vuelo de los pájaros. Zurzo mi corazón periódicamente para que no lo cubra el desencanto. Muero y vivo todos los días.
Y sí. Todos somos diferentes. Cada uno de nosotros cree en distintas realidades aunque compartamos este espacio y tiempo. Nuestra manera de percibir el mundo es diferente, también como nombramos a los acontecimientos y en lo que creemos.
Esas diferencias, que finalmente nos conforman como seres únicos, no implica que todo lo análogo o afín sea aceptable y la variedad se repruebe. El respeto va más allá de una anodina tolerancia, que no es sino soberbia, porque sobajamos con nuestra falsa inclusión.
No hay nosotros y otros. Todos somos uno, artífices elaborados con polvo de estrellas. Todos somos parte de un gran todo de perfección y belleza, no importa que mi manera de percibir y comunicar sea distinta, que las palabras que empleo otro no las elija, que ame lo que a los demás no les parezca trascendental, que ore a un dios distinto…
Aunque yo viva en un punto del globo terráqueo y tú en otro lugar, tal vez muy distante o que mis ojos nunca hayan mirado, sé que eres parte de este universo. Entonces, hermano, porque nos hermana la perfección de la creación, yo te respeto. Es decir, acepto que eres un ser único. Y venero tu unicidad y celebro tu vida. Y amo el papel que viniste a desempeñar en este tiempo, en este universo. Te reconozco como un ser especial, con un Contrato Sagrado.
Confío plenamente en tu bondad, en que buscamos lo mismo, aunque tal vez con nombres y procesos diferentes. Pero sé que eres parte de quien busca la armonía y comprensión, la paz y un mundo que acepte tu visión y la mía. Un mundo perfecto donde cabe la diversidad e inclusión porque somos uno.
Y no podemos soslayar la importancia de cada vida en nuestro mundo animal, vegetal y mineral. Todo es poco para dar un mensaje de unidad. Somos parte de la vida. Estamos hermanados en la chispa divina de la creación. Y no, no me importa cuántos dioses tengas ni como los nombres u honres, porque al final lo único importante es lo que guardamos en el cofre del inconsciente, en nuestro sabio corazón.
Tú y yo amamos la paz y todas las expresiones de vida. No importa la manera como lo digamos. Somos diferentes pero nuestra esencia es la misma: somos parte de un gran espíritu de creación y eso es más importante de las diferencias que tengamos.
Cuéntame ahora cómo eres tú…