La nueva naturaleza del episcopado mexicano
La econometría de los pobres
· Las mañosas mediciones del señor Sojo
· El dolor no se alivia con un Diclofenaco
Si no fuera dramático, daría risa. Los econometristas no pueden coincidir porque miden el comportamiento de los procesos productivos de acuerdo a sus simpatías, con el criterio de la universidad donde estudiaron. Unos aseguran que la economía mexicana está en franca recuperación; otros, que aún adolece de raquitismo, que no levanta, y otros, de plano, rectifican sus pronósticos y aseguran que cerrará el año más flaca que un perrito sarnoso muerto de hambre.
Eduardo Sojo-Garza Aldape, el econometrista oficial (INEGI), en honor a la verdad, sólo mide lo que los economistas denominan macroeconomía, la de las grandes cuentas nacionales, la de quienes detentan la propiedad de los grandes medios de producción. Eso parece por sus frutos. Y por sus frutos los conoceréis.
El INEGI de Sojo no mide con justeza la real economía de los trabajadores: muchos empleados pero con sueldos muy raquíticos, sin contrato laboral, sin prestaciones sociales, sin seguro social, o con un seguro social que apenas les sirve para conseguir unas pastillitas de Diclofenaco, porque la institución no puede comprar los medicamentos adecuados, ni los materiales quirúrgicos y tiene que rechazar a enfermos terminales porque nada más no puede atenderlos. No mide el poder adquisitivo cada vez más depauperado. No puede medir la pobreza porque sus parámetros de pobreza fueron elaborados en universidades de primer mundo.
Y ésta, la apuntada, es la Econometría de los Pobres que choca terriblemente, dramáticamente, con la Ecometría de los encargados de darle seguimiento a la actividad económica. La macroeconomía pinta más o menos bien, de acuerdo con los economistas de las universidades particulares de Estados Unidos, que ahora se encargan de la rectoría de la economía mexicana. A ellos les tienen sin cuidado las mayorías que se debaten entre la ansiedad, la desesperanza y las tripas hechas nudo.
La economía mexicana es un torrente desbocado que se desliza en un cauce revuelto, y no hay que olvidar que, en río revuelto, las ganancias son para los pescadores. Y unos de los pescadores más ventajosos son los banqueros.
Lo difundieron algunos medios informativos este martes. Los ingresos (ganancias) de instituciones bancarias, por concepto de comisiones, ascendieron en el primer semestre del año a 41 mil 481 millones de pesos, de los cuales 13 mil 30 millones provienen por cargos a créditos al consumo, de acuerdo con datos de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores.
Y tales ganancias se dieron a pesar de que la desaceleración que observó la economía mexicana, en la primera mitad del año, no permitió que el consumo y los ingresos de las familias aumentaran.
Todo, a pesar de la Reforma Financiera y Bancaria, aprobada en diciembre pasado. Todo marcharía a favor de los mexicanos con ese cambio en las reglas del juego. Pero ya estamos viendo que no está sirviendo para mucho. La economía de los trabajadores no se levanta. Bueno. Nunca se ha levantado. Ah. Y es lo que menos importa a pesar de los discursos populistas.
Y mientras, el señor Sojo se defiende con sus estadísticas. Ha dicho en la víspera que, desde marzo pasado, el indicador coincidente (quién sabe qué demonios quiera decir coincidente. La gente que va al supermercado o al tianguis de la calle no tiene ni idea, ni le importa), que, según Sojo, refleja el estado general de la economía, viene registrando tasas mensuales positivas, pero todavía por debajo de su tendencia de largo plazo (100 puntos). Pero la pregunta es: ¿tasas positivas para quién? Para Carlos Slim Helú, indudablemente. Para los grandes de billete grande, ni dudarlo. Pero para usted, para mí, para quienes viajan en el Metro, o tienen que caminar, o pueblan este gran país, júrelo que no. Para los políticos, por supuesto que sí. Ellos ni sudan ni se acongojan. Tienen todo, todo, asegurado. Hasta la mortaja.
Por lo menos, el señor Sojo y el señor Banco de México no pueden ocultar ciertas realidades, como esa de que la percepción de las familias sobre su situación económica y la del país registró un fuerte revés en julio pasado, cuando el Índice de Confianza del Consumidor presentó una caída mensual de 2.5% con cifras ajustadas por estacionalidad (lenguaje críptico sólo para economistas), revirtiendo de esta manera la ligera tendencia al alza que había registrado en los últimos cinco meses. El dato desafió todos los estimados del mercado y marcó una caída de 7.6% en su comparación anual respecto al nivel de julio 2013.
Y en esa caída operaron factores, como el deterioro de las expectativas económicas, la débil recuperación de la planta productiva, la todavía baja generación de empleo, el repunte inflacionario, e incluso la percepción negativa que generó la aprobación de la reforma energética, de acuerdo con especialistas que no son oficiales.
Mientras el doctor Sojo muestra su optimismo, otros revisan a la baja sus pronósticos porque la debilidad en la confianza está más relacionada con las cifras mixtas de la actividad económica. Expertos económicos del sector privado, de algunos organismos internacionales como el FMI y la Cepal, ya han pronosticado magros resultados para este año, y de ninguna manera buenos para el 2015. Lo hemos documentado en este espacio.
Los analistas de los mercados financieros recortaron nuevamente el pronóstico de crecimiento económico de México de 2.7 a 2.6% para el presente año, al tiempo en que mantuvieron en 3.8% el de 2015, informó Banamex.
Este pronóstico es ligeramente inferior al del gobierno, que estima una expansión del Producto Interno Bruto de 2.7% para este año. Otros como Monex esperan que la economía sólo crezca en 1.9%.
Muchos esperan que Santa Clos haga un milagro. Y no obstante que las expectativas son a la baja, esperan que, en el segundo semestre, la actividad productiva tenga un dinamismo más favorable que lo registrado en el primero. Pero la pregunta es: para quién. Júrelo que no para las mayorías de trabajadores.
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