Lilia E. Cárdenas Treviño, líder social y promotora cultural
Redacción/ Quadratín México
MÉXICO, DF., 7 de julio de 2014.- En una mancuerna poco común, la cual une a la neurociencia con la música, padre e hijo se han dado a la tarea de traducir los impulsos eléctricos de las células nerviosas en música.
Mediante un filamento de platino conectado al tejido de un molusco, Hugo Solís Ortiz, investigador de la Facultad de Medicina (FM) de la UNAM, es capaz de transformar los impulsos eléctricos de las células nerviosas en ondas sonoras. A partir del ruido generado, él y su hijo, pianista de profesión, produjeron una pieza artística que combina percusiones biológicas con armonías improvisadas, que se ha presentado en la Fonoteca Nacional y el Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC), informó la máxima casa de estudios.
¿A qué suena una neurona en actividad? “Como caer el granizo sobre un tejado”, explica Hugo Solís Ortiz, quien tras investigar por más de 30 años el funcionamiento del sistema nervioso central se ha familiarizado tanto con ellas que puede identificarlas “de oído”.
Su hijo, Hugo Solís García, sabe hacer lo mismo, pero a él, como músico y profesor de arte electrónico y digital en el Tecnológico de Monterrey, le interesan más sus propiedades acústicas y potencial estético.
El resultado es una obra de ocho minutos y medio que —al igual que el caracol de jardín que aportó sus tejidos para el experimento acústico— lleva por nombre Helix aspersa y que consta de percusiones de origen biológico que se superponen a armonías improvisadas en el momento.
“Esto se puede hacer porque cada neurona tiene un ritmo propio que, aunque silencioso, se vuelve audible al ingresar su patrón de actividad a un amplificador y conducirlo a una bocina. Los pulsos registrados llegan a ser tan regulares que podríamos medirlos con metrónomo, lo que nos da una pauta para trabajar juntos, aunque cada uno desde su campo de experiencia”, señala el encargado del Laboratorio de Neurofisiología de la FM.
La propuesta —que tiene más de performance que de composición, pues depende de una serie de imponderables— se ha presentado ya en dos ocasiones, una en la Fonoteca Nacional y otra en el MUAC.
Al conectarse a la neurona de un caracol de jardín, traducir sus impulsos en ondas sonoras y acoplarlos a un discurso musical (con apoyo de su hijo), Solís Ortiz obtiene el registro de un proceso propio del sistema nervioso central, aunque aquí no del declive del cerebro, sino de algunas señales que dictan el comportamiento animal.
“Para los fines de este experimento tenemos suerte si hallamos en el ganglio subesofágico las llamadas células marcapaso, pues emiten ritmos sumamente regulares que, si pudiéramos traducirlos al español, los escucharíamos como órdenes susurradas al molusco del estilo ‘aliméntate’, ‘duerme’, ‘despierta’, ‘reprodúcete’ o ‘muere’”.
Pero no todas se comportan de la misma manera —agrega el académico—, pues frente a las que emiten disparos de forma regular hay otras que lo hacen espontáneamente para luego callar. Todas trabajan juntas en una extraña complementariedad surgida de esas discrepancias.
Sean las 11 mil neuronas de un caracol o las 100 mil millones presentes en el cerebro humano, cada una realiza un trabajo específico, lo que hace que el académico las compare con una orquesta que, al dividirse en secciones y ejecutar líneas melódicas únicas a momentos precisos, crean un todo armónico.
El profesor Solís no es el único que ha encontrado semejanzas entre las estructuras biológicas y las artísticas; de hecho, ya en el siglo XIX Santiago Ramón y Cajal —quien antes que científico anhelaba ser pintor— describía al sistema nervioso central como “la obra maestra de la vida”.
Sobre el funcionamiento de esta red, el histólogo explicaría en 1888 que, a través de prolongaciones, sus células se unen por contigüidad y no por continuidad, como argumentaba el italiano Camillo Golgi. El hallazgo le valió no sólo ser llamado “padre de la teoría de la neurona”, sino obtener el Premio Nobel de Medicina de 1906.
“Durante mucho tiempo se supuso que las neuronas se comunicaban por contacto físico, hoy sabemos que lo hacen a través de sinapsis (químicas o eléctricas) sin tocarse siquiera. Sin embargo, pese a ser individuales, forman conjuntos y según su área de ubicación muestran peculiaridades clasificables por su actividad o por dos variables que terminan por evocar términos musicales: frecuencia y ritmo”.
El proceso de darle voz a las neuronas
Hugo Solís Ortiz ha tomado las descargas de las células nerviosas, transformarlas en ondas acústicas y hacer que un sentido usualmente sordo a estos estímulos pueda, con una bocina de por medio, percibirlos como si fueran un palpitar.
“En realidad las neuronas no emiten sonido, sino corriente eléctrica del orden de los milivoltios. Lo que hacemos es recoger sus patrones de secuencia, introducirlos en un amplificador y hacerlos audibles”.
¿Y de dónde surge la idea de crear música a partir de estos sonidos? Hugo Solís hijo explica que nació del asombro infantil de ver a su padre dar voz a una neurona. “Solía pasar las vacaciones en su laboratorio y me intrigaban los aparatos del lugar, los ruidos escuchados o cómo lo minúsculo se hacía visible en la mira de un microscopio. Todo se dio de forma natural, crecí con esto”.
Ninguno imaginaba que los dos terminarían por colaborar en un proyecto y menos en uno que llamaría por igual la atención de científicos y críticos musicales. Al final, ambos coincidieron en un experimento sonoro que, por tener un pie en el arte y otro en la neurología, ha generado tanto armonías como preguntas, y la primera es ¿por qué elegir las neuronas del caracol sobre las de un mamífero?
Por su tamaño, responde el neurofisiólogo. “La del molusco mide 100 veces más que la de un humano; la primera es de 300 micras, la segunda de apenas 30, es una diferencia nada pequeña que facilita en mucho mi trabajo”.
El profesor emplea las células nerviosas de esta criatura en investigaciones ajenas a lo artístico pues, en lo sustancial, no difieren de las de un vertebrado. “Ambas usan los mismos neurotransmisores al comunicarse, suenan igual y, lo más importante, si requiero de ellas basta con salir al jardín para encontrar a uno de estos animalitos”.
Lo que intriga a Solís no son dudas de respuesta fácil como las dimensiones de una neurona, sino cómo de su actividad derivan asuntos que rebasan por mucho los límites de la biología. “Al determinar nuestro pensamiento, mentalidad y conocimiento, el sistema nervioso central posibilita algo que desde siempre ha preocupado a la filosofía e incluso a los teólogos: nuestra conciencia”.
Solís, enfático, señala que conocemos poco del sistema nervioso central y su maquinaria. “Si indagamos qué detona males como el Parkinson, para qué sirve el sueño o cómo funciona la anestesia, nos quedamos sin respuestas. Lo que sí sabemos es que en las neuronas está codificado lo que somos, sentimos e incluso creamos y disfrutamos expresiones tan complejas como el arte, lo que es igual de enigmático”.
Actualmente, Solís trabaja con neuronas animales para entender qué hay detrás de la epilepsia, cómo las drogas afectan al cerebro y un sinnúmero de investigaciones que van más allá de la música y sus sonidos.