La nueva naturaleza del episcopado mexicano
La crisis en las calles
En un cruce de calles de la ciudad de México, División del Norte y Miguel Ángel de Quevedo, en lo que se tarda un automovilista en que cambien las luces de semáforo, se puede observar que la crisis está en la calle. En los cuatro puntos del crucero se pueden ver a vendedores de agua, equilibristas y malabaristas, quienes ofrecen lentes o pelucas, cigarros o cacahuates japoneses. Siempre ha sido un lugar muy socorrido por mexicanos que buscan sobrevivir de la economía informal o subterránea.
En los últimos meses, pongamos que de enero a mediados de abril, la gente que trabaja en la calle, pide limosna o toca algún instrumento, destapa coladeras, limpia parabrisas o pide para comer o el pasaje “porque me robaron”. Seguramente es imposible que los gobiernos de la ciudad o del país tengan una estadística pronta sobre cuántas personas han tenido que salir a las calles para “sacar para el chivo”, tener para vivir.
Algo que llama la atención en ocasiones es que no todos estos personajes del comercio informal o del espectáculo ambulante se ven pobres de siempre, sino que hay algunos que lucen ropas de personas de clase media baja o media media, su lenguaje es diferente y seguramente hay estudiantes que no tienen más remedio que estar en las esquinas para seguir adelante.
En el ambiente social hay crispación por muchos motivos, incertidumbre en varios campos, y también la crisis llegó seguramente a muchos hogares. Se puede decir que una parte significativa de los mexicanos enfrenta una tormenta perfecta en asuntos relacionados con la economía: austeridad no confesada del gobierno, malas condiciones de la economía, bajos salarios, pocos puestos de trabajo en el mercado, carestía subterránea.
Los vientos de la economía internacional no son buenos para México, bajos precios del petróleo, lento crecimiento y otros males. Pero no todo llega de fuera, el gobierno no ha sabido alertar a la población de la dificultad y en lugar de reconocer lo duro del momento insiste en cerrar los ojos y seguir en espera que la tormenta se disipe por sí misma.
Mientras las autoridades hablan de la fortaleza macro o de que el peso resiste tempestades y los partidos en su propaganda prometen paraísos instantáneos de todo tipo o la felicidad con el toque de una reforma que no llega realmente al bolsillo y la tranquilidad de las familias, en el Distrito Federal basta un fin de semana para ver como desde barrios muy pobres salen familias completas: padres e hijos, a trabajar, a plantarse en una esquina con los rostros pintarrajeados y hacerla de payasos, a recorrer con unos cuantos instrumentos musicales -seguramente herencia de bandas pueblerinas- o sin nada más que su miseria a recorrer colonias clasemedieras o ricas en busca de que en alguna puerta alguien les regale ropa vieja, algún trique o simplemente comida para pasar el día.
La crisis está en la calle, todos la pueden ver. Es muy posible que lo que se observa en las calles de la capital mexicana se repita en ciudades importantes y otros lugares, quizá con formas diferentes maneras especiales (amigos que se apoyan con trabajos ocasionales o préstamos familiares), pero sin duda es tiempo de problemas económicos. Toca al gobierno mirar más allá de las estadísticas y darse cuenta que muchos mexicanos están “en la calle”.
Hojas extraviadas
Un montón de viejas caricaturas resbalan de una pila de documentos y son muchas donde los críticos sociales del dibujo ponen a encumbrados empresarios, políticos embaucadores, gobernantes poderosos y falsos profetas a hablar de un país que solo existe en sus palabras o imaginación, mientras el látigo de la crisis azota a la sociedad, pero sobre todo a los más vulnerables, a los pobres y damnificados de toda la vida. A finales de 1993, los gobernantes y sus socios prometían llegar al Primer Mundo sin escalas, y antes administrar la abundancia, pero lo único que hicieron realidad fue que un rayo partiera en mil pedazos la vida de miles y miles. Son lecciones que parece no se toman en cuenta en el poder, y nadie habla de crisis y menos de que ya está entre nosotros…