Descomplicado/Jorge Robledo
Dresden
A 70 años de distancia, la historia sigue sin explicarse qué pasó por la mente de Winston Churchill para cometer el crimen de lesa humanidad contra Dresden, Alemania, la ciudad más bella y símbolo del humanismo barroco europeo.
El 13 de febrero de 1945, poco antes de la diez de la noche, 800 cazabombarderos de la Royal Air Force británica lanzaron unas 3,500 toneladas de explosivos sobre esa inerme ciudad.
Se cuenta que sus barrios residenciales fueron el objetivo de las bombas, en su mayoría incendiarias. Fue tal la concentración y el tonelaje del bombardeo que la temperatura en el centro de Dresden superó los mil grados centígrados y las aguas del río Elba que atraviesa la ciudad “hirvieron”… Fue el holocausto de fuego.
Más de 350 mil civiles desaparecieron virtualmente en medio del fuego, cientos de miles heridos o mutilados y los pocos sobrevivientes que huían hacia el río Elba eran barridos por las ametralladoras de los aviones británicos. A la hora del ataque la ciudad albergaba alrededor de un millón doscientos mil seres humanos.
Sobre las ruinas humeantes, en los dos días siguientes, más de 500 bombarderos estadunidenses rematarían la macabra obra de primer ministro británico con otro millar de toneladas de explosivos.
Las bombas cayeron sobre unas 25 mil casas, 90 mil departamentos y sobre lo que era uno de los centros más homogéneos y fastuosos de las ciudades alemanas. Ahí se concentraban la ópera Semperoper, el palacio Zwinger, que había albergado a la antigua corte sajona y la célebre iglesia Frauenkirche, que se derrumbó el 15 de febrero del ’45.
La antes bella urbe, poéticamente llamada la “Florencia del Elba” se convirtió en pocas horas en un caótico montón de escombros, hierros retorcidos y cadáveres de civiles indefensos. En diversas partes de la urbe se encontraban restos humanos derretidos, convertidos en gelatina debido a la acción de las bombas incendiarias que calcinaron prácticamente el centro urbano.
Se cuenta que la madrugada del 14 de febrero Winston Churchill, responsable de este crimen de lesa humanidad, aún bajo los efectos del alcohol preguntó si todavía existía Dresden, a lo que le contestó su asistente: esa ciudad ya no existe.
La orden de Churchill sigue siendo motivo de debate. Tal vez algún rencor o complejo subconsciente. Dresden no representaba valor estratégico alguno, y en el momento del ataque la mayoría de sus defensas antiaéreas había sido desmantelada.
Cada 13 de febrero, a las 21 horas, hora que recuerda el inicio de la destrucción de esa víctima de los Aliados, se lleva a cabo una ceremonia ecuménica para recordar a los cientos de miles de civiles, al tiempo que las campanas entran a vuelo, en toque de muerte.
Los 350 mil inocentes asesinados en la capital del antiguo reino de Sajonia, Dresden, estarían esperando seguramente ver a Churchill en su camino al Infierno.
San Compadre insiste: Dios ha muerto…