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LA RUANA, Mich., 10 de marzo de 2015.- El mensaje fue así, literal: «¡Que Alfredo Castillo vaya y chingue a su madre!».
Apenas había sido notificado que el magistrado de la Séptima Sala Penal del Poder Judicial del Estado lo había exonerado a él y 26 de sus hombres por el sangriento enfrentamiento del 16 de diciembre, donde perdieron la vida 11 personas, entre ellas su hijo, Manolo.
Aún estaba en su celda cuando recibió el mensaje del director del penal, «un buen hombre, una extraordinaria persona», diría Hipólito Mora.
«Aquí está el licenciado, Alfredo Castillo; quiere hablar con usted, Don Hipólito», le anunció el encargado del penal Mil Cumbres, Alejandro Maciel.
«No lo quiero ver. Dígale que vaya y chingue a su madre. No tengo nada que hablar con él», respondió el emblemático líder y fundador de los grupos de autodefensa, aquél grupo civil que se armó y desterró, antes que nadie, al poderoso y hegemónico cártel de Los Caballeros Templarios, allá, a principios del 2014.
Y retó: «Si lo veo enfrente de mí, me le echo encima, aunque sea karateca».
«Me quiso callar la boca; me prohibió que hablara con ustedes los medios», citó.
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