
Muchos pantalones ante las desapariciones
De resurrección y amor
Vengo del infierno. Regresé para contarlo, para desterrar viejos mitos. Ahí no existe fuego ni llamas eternas. Era sólo el final de mi vida: un enorme espejo cóncavo de agua que goteaba lágrimas. Simultáneamente, aquí en la vida real, resultaba inútil que me rehidrataran y me convertía en una ramita porosa y oscura a medida que avanzaban las horas.
En el otro lado, en la realidad alterna, en la línea que cruza la vida, una voz me dijo que eso era todo. “¿Imaginabas así tu final? Esa es la vida. No hay más. El tiempo se acaba ahora. Pero aún puedes regresar.” No respondí. Me costaba trabajo respirar. Mis padres estaban conmigo. Creí que ya me quedaría con ellos, pero de nuevo estuve aquí.
-Tenías cara de muerto.
No. No era sólo la cara. Supe que traspasé una frontera. En los últimos momentos quizá la ternura de un recuerdo, mi nombre pronunciado con cierto temor, como se nombra lo que ya no existe…
Viví y lo que vi fue una llama, resplandecía el fuego. Era pasión y promesa. En el diálogo con mi mamita le decía que me dolía todo, que sabía que me iba a desaparecer, y ella me recordó que yo le imploré al cielo amor. “Un amor que sea dulce y me deje recordar toda la ternura que guardo”.
Era él ese fuego, un anhelo, la alegría por estar ahora viva. Quería su piel y sus manos, darle mi corazón y alegría, decirle que por favor viviéramos el romance que aparecía este día de primavera, que él era el hombre que busque siempre, que él, mi Adorable Personaje había estado a lo largo de toda mi historia. La narrativa de su nombre sólo podría aparecer cuando ya me hubiera encontrado.
Es una historia rara. Lo sé. Porque todas las acomodan para que sean políticamente correctas, pero a mis alumnos de comunicación les digo que todos los discursos funcionan si tienen un ápice de verdad, de raciocinio y lógica, pero deben tener enormes raíces de emociones porque “el ser escudriña pero lo que lo conduce en la vida son las emociones, esa es la savia de la vida, lo que mueve y llena de sentido”.
Aparece esta historia ahora como prolegómeno a Semana Santa. El sacrificio, morir por otros, las lágrimas eternas, el concepto de pecado, la resurrección.
No hay infierno. Hay un cese de la vida que conocías. Puedes optar por deslizarte en un tobogán o “darle vuelva a la hoja” y redescubrir que tú, con tus postergaciones, dudas y defectos eres merecedor de realidades preciosas como el acercar tu vida al mejor hombre del mundo.
Bendito Dios por esta vida y por permitirme un capítulo de felicidad en el fuego.