Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
*Un nuevo cierre obligado del Congreso
Nuevamente un grupo de manifestantes que acudieron a la sede de la Cámara de Diputados, en busca de la una solución a sus problemas, impidieron el trabajo legislativo.
Esta vez fueron campesinos que tienen problemas con sus tierras y avíos para hacer su trabajo, a los cuales se agregaron los trabajadores del sindicato de la UNAM.
Todos acuden en busca de más dinero, sin tomar en cuenta que los diputados, al igual que los senadores, no se mandan solos, ni tienen en sus oficinas los costales de dinero para repartirlo.
Ellos solamente son los encargados de revisar la distribución de los dineros del presupuesto y las propuestas del gobierno de para recolectarlos, mediante los impuestos.
Además, nunca se ha sabido que desde el Congreso de la Unión se hayan resuelto los problemas de los manifestantes.
El martes pasado fue en el Senado, donde un pequeñísimo grupo de manifestantes obligaron a cerrar el edificio senatorial, pero no evitaron que hubiera actividades, pues ya los legisladores estaban dentro, sesionando para aprobar la revocación de mandato.
Al final los manifestantes nunca logran su objetivo, nada consiguen cambiar, porque siempre se impone la realidad, pero causan enormes molestias al ciudadano común.
Es el cuento de nunca acabar, siempre tolerado por los gobernantes, tanto en el Poder Ejecutivo como el legislativo, que en lugar de hacer cumplir la ley y el estado de derecho, optan por la cómoda postura del avestruz.
En el senado, los encargados de la seguridad interior de las instalaciones, a cargo de un inepto como Fidel Ortiz, director de resguardo y seguridad, impuesto por su padrino Carlos Gómez Arrieta, no tiene un esquema de seguridad para enfrentar situaciones difíciles.
Así, se quedó apanicado porque hace unos meses dejaron un sobre con explosivo a un Senador y ahora actúa como quien se quema con leche, que hasta al jocoque le sopla.
Para muestra basta lo que paso el pasado martes, que una docena de jóvenes y algunos no tan jóvenes, se plantaron con una carpa frente a una entrada para exigir que se apruebe a la voz de ya el consumo lúdico de la mariguana, para que se ordenara desde la dirección que se cerraran las puertas y nadie entro ni salió hasta que se fueron los adictos. Las principales víctimas fueron los empleados, que se quedaron sin comer.
Casualmente preguntamos a los manifestantes si habían amenazado con entrar al edificio y nos aclararon que n, solo fueron a manifestarse y a recabar firmas para apoyar su movimiento, pero ni siquiera se acercaron a las rejas.
En fin, algo tiene que cambiar, sobre todo por parte de los encargados de brindarle seguridad al ciudadano común, para que le permitan el libre tránsito y la posibilidad de desarrollar sus actividades.
No basta con pedir a los manifestantes que se comporten, ni siquiera amenazarlos con acusarlos con su mamá o su abuelita, para que se porten bien; hay que tomar otras medidas, pero tal parece que los que cobran por hacer ese trabajo no tienen ideas.