
El recuerdo de un Maestro que vivió sin tregua, entre acordes y sombras
CIUDAD DE MÉXICO, 30 de marzo de 2025.- A mediados del 2021, el escritor y periodista Diego Enrique Osorno se embarcó en una travesía por el atlántico con la intención no solo de filmar y narrar los días de navegación de un escuadrón del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) sino también aparejar la historia de los últimos 30 años de una generación.
Tras 50 días de navegar en el centenario velero Stahlratte, rebautizado como La Montaña, desde Isla mujeres, Quintana Roo hasta Europa, el varadero de Osorno fue En la montaña, un libro que se convirtió en Premio Anagrama de Crónica/Fundación Giangia Feltrinelli 2024 y el documental homónimo al barco.
“El libro no necesariamente es la historia del zapatismo. Creo que más bien podría ser un relato de una generación que se vincula con el zapatismo. Creo que esa historia es mucho más compleja y profunda. Y lo que yo traté de hacer, desde la posición en la que llegué a esta gran aventura, fue elaborar justo el retrato de mi generación.
“Me siento enmarcado en una generación de periodistas que supuestamente íbamos a reportar la democracia. La llegada de la democracia en el 2000, pero en realidad nos ha tocado ser corresponsales de la barbarie de nuestro país; reportar desapariciones, y no de hace dos semanas, sino desde hace 15 o 20 años, reportar ejecuciones extrajudiciales, reportar torturas sistemáticas y todo eso pues evidentemente ensombrece a cualquiera.
“Yo me sentía particularmente en esa situación, quizás también porque cumplía como 40 años de edad o algo así, pero estaba en un momento de muchas sombras, por eso el primer capítulo del libro son las sombras”, relata el también cineasta que se identifica mas como montano que regio al presentar En la Montaña ante sus lectores que atracaron en la librería Casa Tomada de la colonia Roma en la Ciudad de México.
El también autor de Oaxaca sitiada, El Cártel de Sinaloa, La guerra de los Zetas, Slim y Un Vaquero cruza la frontera en silencio considera que como cronista del viaje de 50 días por el Atlántico se guió por la intuición y el compromiso de sumergirse en la responsabilidad de narrar esa vivencia.
“Lo fui haciendo de manera muy intuitiva, como trato de hacer mi trabajo como cronista fundamentalmente. No había un gran diseño, una preconcepción demasiado elaborada sino también me importa mucho siempre la inmersión, me importa mucho la vivencia.
“Me importa demasiado la conexión con las experiencias y partir de la responsabilidad que tengo con esa vivencia y de lo que también voy sintiendo en una capa inferior al hacer un retrato.
“En este caso, esa llamada para invitarme a zarpar llegó en medio de la pandemia y justo cuando estaba en una diligencia para entrevistar al Mayo Zambada, el líder del Cártel de Sinaloa. Justo estaba haciendo los preparativos para ese viaje.
“Para mí fue un shock porque yo no tenía las mínimas condiciones para poder ser un marinero, ni siquiera de los viajes que hace la 4T a las islas Marías, mucho menos para cruzar el Atlántico.
“Pero obviamente les dije que sí de inmediato, no lo pensé, porque confío plenamente en el movimiento zapatista.
“Sin embargo, les dije después: ‘¡oigan, compas, yo no sé nadar, la verdad!’ Ellos reviraron: ‘bueno, hay compas, de hecho la mayoría, quienes van a ir que ni siquiera conocen el mar’. Entonces pensé: ‘bueno, estamos más o menos parejos, vamos a ver qué pasa’.
“Luego mi hijo me dijo: ‘Papá, yo te enseño a nadar’, lo cual rechacé al considerar una mayor proeza cruzar el Atlántico sin saber nada. Eso fue más divertido. Por cierto, sigo sin aprender a nadar”.
Diego Enrique Osorno reconoce ante sus lectores reunidos, en la afable librería de la calle Pachuca, que los mareos por el trajinar de las olas son menores al agobio que atrapa al cronista que cumple en libertad relatar su mirada.
“Me subí a bordo, afortunadamente no hubo tantas complicaciones como físicas, fueron unos cuantos días como para adaptar mi cuerpo, la navegación fue una experiencia totalmente extraterrestre para mí, y mientras avanzábamos debía filmar muchas cosas también para hacer un documental, que para mí como era lo más prioritario de entregar.
“Me acuerdo que me levantaba de muchos descansos, después de las guardias y de trabajar en la película, pensando que las olas iban a tumbar la caja donde tenían las tarjetas de filmación y se iba a perder el material. Imaginaba entonces que iba a llegar y decir: ‘compas, pues no se pudo, se perdió el material, se chingó, no hay película’. Entonces yo sería ese idiota que no pudo hacer el registro, tenía pavor de eso”.
“Finalmente bajamos con la mayoría del material, a salvo, con un registro muy lindo por la colaboración de toda la tripulación que trabajamos en la navegación, en la cocina, porque todos los tripulantes trabajamos también en la película.
“El libro estaba ahí, yo escribía mucho también, pero sentía que primero tenía que entregar a los pueblos está bitácora del viaje y luego ya en el libro podía hacer una exploración más personal de mi vivencia.
De las sombras al relato coral
El puerto de salida del libro, reitera Osorno a los lectores, “está cubierto por las sombras” de la clase política y la supuesta guerra contra el Narco que hundió al país en un mar de sangre.
La segunda parte del viaje es una calma repentina del viento para narrar la historia del levantamiento armado de 1994 con entrevistas a los comandantes Galeano y Moises, pero también, según la hoja de ruta contenida En la montaña, es el recalmón de una generación a la que pertenece Osorno, “irradiada por la insurrección zapatista de los noventa que se quedó atrapada en una niebla que no hemos podido disipar”.
“Luego ya para mí llega la parte esperanzadora del libro, la que contrapone mi inicio, el viaje a bordo en el barco, y que son las luces de esta crónica. El registro ya no desde la elaboración que pueden tener los voceros del zapatismo, como Moisés o Marcos, sino de la propia experiencia de los marineros zapatistas, así como de los improbables marinos zapatistas de diversas comunidades que cuentan su vivencia, la cual voy haciendo coral y la dejo lo más literal que se pueda, porque me gusta la llaneza y la visceralidad de su realidad.
“Frente a esas bitácoras colectivas antepongo mis diarios personales. Para evidenciar lo insignificante del individuo… lo que más me interesaba era contraponer el yo frente al colectivo”, recalca siempre Osorno.
El libro no necesariamente es la historia del zapatismo. Creo que más bien podría ser un relato de una generación que se vincula con el zapatismo.