Eliminar autónomos, un autoengaño/Bryan LeBarón
Un centenar de zapatos, de los estudiantes
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
“Los soldados mexicanos no asesinan, no desmientas al poeta de la República”: Guillermo Prieto.
Mientras los matutinos presentaban fotos del desaguisado militar del 2 de octubre.
A tres columnas, en la primera página de Últimas Noticias de Excélsior, el director de la edición, Jorge Villa Alcalá, consideró oportuno y explicativo dar a conocer el suceso del día anterior:
Solamente el centenar de zapatos, de niños, hombres y mujeres, que al escapar de la plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, dejaron tirados.
En el gran espacio vacío, sólo el calzado reunido en el centro por los barrenderos.
Sí seguimos inmersos en la cruenta historia que nos narra don Virgilio Arias Ramírez. A quien reconocemos como ejemplo del Instituto Politécnico Nacional, Gracias chiapaneco emérito.
En efecto, nos quedamos ayer en que “Los soldados mexicanos no asesinan, no desmientas al poeta de la República”: Guillermo Prieto.
Concluimos hoy con el tercer y último capítulo.
Terminó el mes de septiembre y llegó el fatídico DOS DE OCTUBRE.
Esa tarde, el Consejo Nacional de Huelga programó la manifestación a las 15 horas y el último orador sería Florencio López Ozuna del Instituto Politécnico Nacional.
Se empezaron a reunir estudiantes de diversas escuelas, miembros de sindicatos independientes, y simpatizantes en la Plaza de la Unidad habitacional de Tlatelolco, al lado sur la Iglesia Santiago Tlatelolco, al oriente el edificio Chihuahua, al norte la Vocacional No. 7 y al poniente el hoy Eje Central Lázaro Cárdenas.
Un cuadrado amplio,” encerrado”. A ese sitio muchas personas quisieron entrar, pero a las cinco de la tarde el ejército ya no lo permitió. Ya el lugar estaba completamente lleno;
Se colocó el templete frente a la iglesia y por el foro desfilaron varios oradores que reprobaron la incomprensión del gobierno federal.
Cuando principiaba su discurso el último el líder de la Escuela de Economía del IPN Florencio López Ozuna, apareció un helicóptero de donde salieron luces de bengala.
Eran del Batallón Olimpia y según algunos testigos, de ahí surgen los primeros disparos a la multitud y hacia los soldados. Ya la balacera era en diversas direcciones, naturalmente lo que siguió fue la confusión y el pánico.
La “estampida” humana corrió en diferentes direcciones, pero por todos lados encontraban soldados y agentes de la policía que no les permitían salir hacia los edificios o las calles.
Caían los muertos y heridos, unos queriéndose proteger en los edificios.
Algo reprobable y criminal: el sacerdote de la iglesia Santiago Tlatelolco mandó que se cerrarán las puertas.
Quedaron al pie de ellas, un montón de personas muertas o heridas que no encontraron el menor auxilio, al igual que en la entrada de los edificios, donde los agentes entraron. Tiraron las puertas y penetraron a los departamentos.
Acusaron a sus residentes de proteger a “comunistas agitadores”.
A las seis de esa tarde gris por la llovizna, todo era aturdimiento y llanto en la plaza de las “Tres Culturas” Unidad Tlatelolco; un verdadero desconcierto con la sirenas de la Cruz Roja y Cruz Verde, camiones del ejército y de la policía, en la explanada.
Además de los muertos y heridos quedaron: zapatos, bolsas, suéteres, chamarras, paraguas, y demás objetos personales, se supo que muchos de ellos fueron llevados al Campo Militar Número Uno, fue una ignominia la matanza de civiles de diferentes edades.
Al día siguiente la plaza amaneció limpia: barrida y regada.
Ante estos reprobables crímenes, los periodistas mexicanos y varios extranjeros cumplieron cabalmente con su responsabilidad y función de informar verídicamente de los acontecimientos.
Muchos de ellos fueron despedidos de sus empleos y otros más, se volvieron activistas y terminaron en la cárcel.
En el Politécnico donde se inició el conflicto, existía la Asociación de Prensa Estudiantil Técnica que llegó a coordinar 35 periódicos estudiantiles del Politécnico y de los Institutos Tecnológicos Regionales del país, su presidente era Fausto Romo Sánchez, estudiante de la Escuela Superior de Contabilidad y Administración (ESCA) y director del Periódico Avante.
El Vicepresidente Virgilio A. Arias Ramírez-C, estudiante de la Escuela Superior de Economía (ESE) y director del Periódico El Económico, ambas escuelas ubicadas en el Casco de Sto. Tomás.
Durante el movimiento, continuaron los periódicos, pero de forma clandestina. No era fácil conseguir el papel porque las imprentas eran permanentemente vigiladas, y por lo mismo se recurrió a los mimeógrafos y volantes, porque el papel bond era más fácil conseguirlo.
Estos actos de barbarie y represión masiva, no se habían visto desde el gobierno de Porfirio Díaz Mori en Cananea, Sonora, Río Blanco, Veracruz y la Plaza de la Ciudadela en la Decena Trágica con Victoriano Huerta Márquez en febrero de 1913.
El movimiento fue “descabezado”, muchos líderes fueron a dar al “Palacio Negro”, la cárcel de Lecumberri. Estaban ahí el muralista David Alfaro Siqueiros y José Revueltas que escribió El Apando.
Algunos líderes originales fueron desparecidos, otros estaban cansados o dispersos, porque eran perseguidos furiosamente.
Surgieron otros seudo “líderes”, que sagazmente se colgaron del lamentable acontecimiento, ellos sí llegaron a ser altos funcionarios del gobierno federal: diputados, senadores, y otros incluso con el tiempo alcanzaron la gubernatura de su estado, algunos de ellos todavía viven de la política.
En su sexenio Luis Echeverría, se interesó en abrir espacios a la juventud. Unos aceptaron, pero otros no querían saber nada del gobierno.
Para los que ahora tienen 60 o 70 años, estos negros recuerdos en muchos de ellos no se borra, fueron los qué por alguna feliz circunstancia, se salvaron en estos fatales hechos sociales e históricos.
Tiempo después se escribieron diversas versiones del movimiento estudiantil.
Por ejemplo, el periódico La Jornada del 29 de enero de 2012 publicó la entrevista que le hicieron a Miguel Nazar Haro, con amplio historial en la Policía Federal, quien declaró que el embajador de los Estados Unidos en México Fulton Freeman, en esos días se entrevistó con el general Marcelino García Barragán, quien era el secretario de la Defensa Nacional y le pidió:
“De un golpe de Estado, y tome la Presidencia” y que el General le contestó: “no voy a pasar a la historia como un traidor a mi Patria”, y valientemente lo corrió de su oficina.
Quedó plenamente demostrado que la Agencia Especial de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos, participó abiertamente con sus agentes al provocar disturbios para crearle problemas al gobierno de México.
Por cierto, como estudiante de economía en el Instituto Politécnico Nacional, en julio del 68 fui compañero de la profesora Rosario Ibarra de Piedra y su hijo, en el IX Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, celebrado en Sofía, Bulgaria.
Recibimos una invitación para viajar a la Unión Soviética por tren con todos los gastos pagados.
Ellos aceptaron y no volvimos a vernos, pero se supo que al regresar los dos fueron detenidos en el aeropuerto de la Ciudad de México y llevados a la Cárcel de Lecumberri.
El autor de esta crónica prefirió regresar a Paris y de ahí viajar a Londres para conocer a los Beatles, por lo que vivió solamente parte del movimiento estudiantil porque regresa de Europa a fines de septiembre de ese año.
Finalmente, se realizaron las Olimpiadas durante las cuales se rompieron varios récords, que los medios informativos daban singular relevancia a los resultados de la fiesta deportiva.
En el fondo el sentimiento de la juventud que sufrió y los padres de familia que perdieron a sus hijos, jamás podrían borrar de su mente y de su corazón las consecuencias de esa brutal represión estudiantil por un exceso de autoridad federal y se grabó la frase que hoy, todavía se repite:
“El 2 de octubre no se olvida”.
El licenciado Virgilio Arias Ramírez es actualmente secretario general del Club Primera Plana y vicepresidente de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, amigo escritor a quien agradecemos su anuencia.