Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
Adiós al horizonte
Acabamos de leer un espléndido artículo lleno de veracidad. Cómo me gustaría compartirlo con nuestras amistades. Aprenderían, recordarían como el suscrito, en lo que ya nadie se fija.
Pero es muy importante tenerlo presente. Y gracias a escritores como don José Antonio Aspiros Villagómez, regresa a nuestra memoria.
Cierto, cierto.
Se entiende sobre todo por lo bien diseñado. Y la calidad de enseñanza. Ojalá me dejaras usarlo, integro. Le pregunté al literato. Lo dejó a nuestra consideración.
Debo advertir que fue el siguiente texto, respuesta a la aseveración de que las nuevas construcciones, nos dejan a ciegas del horizonte del que disfrutábamos del Valle de México. En donde podíamos ver desde la altura de nuestra vivienda en un día claro, los volcanes Popo e Izta.
Con el tiempo tenemos al vecino nariz con nariz frente a nuestras ventanas o balcones. Pero de paisaje, nada. De allí su respuesta, que comparto con deleite.
“Acerca de las ventanas y balcones nariz con nariz, te comento que alguien de nuestros contertulios me platicó hace tiempo, que el segundo piso del periférico casi se mete a la recámara de su hermana. Esta ciudad ya no es la que vivimos las generaciones mayores. A mí, ya no me gusta. No es amable ni comprensiva; al menos no, con sus habitantes más antiguos y con expectativas diferentes.
El domingo cruzamos por la ex San Juan de Letrán, entre el Viaducto y 5 de Mayo, y me dio mucha tristeza ver cuánto de lo que conocí y fue mi México, se ha perdido. Y fue una pesadilla pasar de la Alameda a Reforma, porque aquello (Hidalgo, Balderas, Doctor Mora) parece ya la Lagunilla.
Coincido plenamente con José Emilio Pacheco, quien siempre renegó de cómo nuestras autoridades permiten que se desdibuje la personalidad de esta ciudad, y que cada nuevo gobernante haga su aporte a esa criminal destrucción.
No queda un metro cuadrado libre, donde no exista la amenaza –más bien, certeza– de un nuevo edificio, sin importar si el agua, las vialidades y los demás servicios, serán suficientes para la nueva gente. Donde vivo está igual o peor; antes de que fuéramos los primeros pobladores (año 2000), sólo estaba la cementera La Tolteca; ahora, hay cientos de departamentos hasta de tres millones de pesos con jacuzzi y sala de cine en los propios edificios, pero están en vialidades colapsadas y les llevan el agua con pipas.
Y a propósito de JEP, no lo tomen como pedantería o borrachera, pero siempre he creído que mis métodos de trabajo han sido iguales a los suyos. Guardadas las debidas proporciones en cuanto a los resultados.
Me lo acaba de confirmar Juan Villoro, quien escribió en Proceso (6-XI) un ensayo sobre la columna ‘Inventario’, con un tufo de piedad hacia su autor, pero expone, por ejemplo, que «dosificaba sus opiniones para realzar las de los otros»; «antes de internet se convirtió en un ‘motor de búsqueda’ que articulaba datos dispersos y referencias…»; «en el laberinto de los libros y los cables noticiosos encontraba… la cantera de lo que tarde o temprano, adquiría utilidad con el acontecer».
En mi caso, libros, cables noticiosos, recortes de periódico, boletines de prensa, entrevistas o coberturas propias, todo lo que me pareciera útil, han sido también mi cantera. A veces me dicen que sé mucho, que documento bien, etcétera, pero no: ése es mi secreto y único mérito: guardar información, incluido por delante mi trabajo propio reporteril, y saber usarla cuando creo que hace falta.
Y al contrario de lo que nunca quiso hacer Pacheco, tengo la esperanza de yo sí organizar por temas todo lo que he escrito en más de 50 años. Aunque sea por ocio o terapia pues nunca se publicaría; en cambio Villoro da la noticia de que la Editorial Era publicará una antología en tres tomos, con algunos ‘Inventarios’.
Agrega Villoro: «Cuando (JEP) no tiene un blanco a la vista -así esté hablando de otra cosa- arremete contra la devastación de la Ciudad de México».
Y cuando mi mujer y yo tenemos la pena de ver cuánto han destruido de nuestra ciudad los políticos, los líderes, los inmobiliarios, los comerciantes informales, etcétera, ella me dice que Cristina Pacheco recordaba que su esposo hacía comentarios parecidos a los nuestros sobre el apocalipsis capitalino.
En fin, siento que me era inevitable hacer estas reflexiones pues, al tener que ver conmigo, sé que nadie más las haría o hará. Aunque JEP y yo hayamos estado a años luz de distancia en famas y calidad de los resultados, creo que no hubo tanta distancia en la forma de pensar y trabajar en lo que he referido.
Gracias. A “.
Bien lo he dicho. Compartir el trabajo de los maestros, es gratificante. Para quienes, como nosotros, leer, escribir y difundir es función primordial.
La vanidad del suscrito es contar con tales amigos.