ENTRESEMANA: Te desconozco, Andrés…

20 de junio de 2012
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8:22
Moisés Sánchez L.

–¡Repíteme el informe! ¡Repítemelo!—urgió a su asistente particular.

–Sí, señor, sí señor –atendió—el recién llegado. El parte del estado mayor del secretario Mondragón indica que por los accesos de Tlalpan, Zaragoza, Constituyentes, Insurgentes Norte y la calzada Vallejo, ingresan autobuses con simpatizantes de Andrés Manuel…

–¿Y qué hay de los que han tomado al Zócalo por asalto?

–Ya suman más de 20 mil, la mayoría acarreados desde Nezahualcóyotl, Texcoco, Valle de Chalco, Iztapalapa y Tláhuac; también llegaron de Hidalgo. Me dicen que comenzaron a llenar camiones luego de votar.

–¡Son chingaderas! Andrés Manuel no conoce límites. Nos mintió; creímos que por una vez en su vida era sincero cuando firmó el acuerdo de civilidad política con Josefina, Gabriel y Enrique. Dijo que aceptaría el resultado de la contienda. ¡Son chingaderas!—estalló Miguel Ángel.

El PREP del Instituto Electoral del Distrito Federal y las encuestas hechas a boca de casilla por las principales empresas encuestadoras –a las que Andrés descalificó hace seis años y en fechas recientes, acusándolas de haber sido cuchareadas para instalarlo en el tercer sitio de la preferencia del voto–, le había otorgado un triunfo arrollador en la elección de jefe de Gobierno de la capital del país.

–¿Y qué más dice el informe?—insistió a su asistente.

–Que Andrés Manuel está en calidad de ilocalizable. En su casa de campaña en la colonia Roma no lo han visto desde el mediodía, cuando retornó de votar en la casilla instalada cerca al departamento que ocupó en Copilco. Y sus operadores de plano desconocieron el resultado de la elección presidencial.

–Son como mastines sueltos, sin la cadena del amo pero amaestrados para el momento, dispuestos a dar todo, a jugarse hasta el pellejo. Tienen la misma actitud de hace seis años, señor, ¿se acuerda?—comentó al calce el asistente particular.

–¡Cómo no voy a acordarme de esos estropicios que hizo Andrés Manuel! Con sus huestes le rompió la madre a su capital político. Le creí; creí que había madurado, que era realmente estadista, un político comprometido con la causa del partido y de los millones de mexicanos que lo seguían, pero cuyo voto no alcanzó para ganarle a Enrique—resumió Miguel Ángel y clavó nuevamente la mirada en los documentos que tenía esparcidos sobre su escritorio rústico de sabino bruñido.

El teléfono de línea privada timbró y oprimió la tecla de alta voz. No tenía ganas de levantar el inalámbrico. Al otro lado la voz saludó grave:

–Buenas noches, Miguel Ángel.

–Creo que no tienen nada de buenas, Marcelo. ¿Ya localizaste a Andrés Manuel?

–Ya, Miguel Ángel. Se fue a mi oficina y me ha pedido ayuda. Pide garantías para su movimiento. Insiste en que lo rebasaron sus simpatizantes, sus operadores, porque quiere cumplir su palabra de no generar un conflicto postelectoral. Pero, ya te das cuenta de cómo se comienza a convulsionar la capital.

–¿Y le crees, Marcelo? ¿Te atreves a creerle? ¿Qué me vas a heredar, una ciudad convulsionada, a punto de la guerra civil? No, Marcelo, ese no fue el trato, me estás dinamitando el camino antes de comenzar a andarlo. ¿Quieres ser candidato a la Presidencia en 2018?

–Miguel Ángel, el acuerdo sigue firme. Me parece genuino lo que dice pero, qué hacemos con Andrés Manuel.

–¡Que sea hombre y cumpla su palabra! ¡Qué amarre a sus perros! Ya le tocó bailar; es nuestro turno. Marcelo, no hay que jugar con fuego. Representamos a un movimiento de millones de seguidores, pero del otro lado hay más. ¿Mexicanos contra mexicanos? ¿Quién ganará? ¿Cuántos morirán por Andrés Manuel? ¡Ya basta de mentiras!

–Te escucho, Miguel Ángel. ¿Apoyas a mis enemigos? ¿Avalas el fraude electoral?—interrumpió la voz de Andrés Manuel.

–No, Andrés, te equivocas y no voy a caer en tu juego. El PREP te manda al segundo sitio por más de tres puntos. Perdiste, Andrés, perdiste. Yo gané y déjame comenzar un gobierno en paz; no seré cómplice de ti ni de nadie más de tus colaboradores. ¡Ya basta! ¿Quieres usar como carne de cañón a los muchachos universitarios que sedujiste con el doble discurso?

–¿Me desconoces?

–Te desconozco, Andrés. Y si no amarras a tus perros te demostraré cómo se gobierna con la ley en la mano; no te debo nada.

–¿Nada?

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