
De frente y de perfil
La representación política, plasmada en la idea de que el representante debe actuar en nombre de aquellos que representa y siguiendo sus intereses, constituye el núcleo central de la democracia representativa. La representación democrática es un fenómeno de la modernidad que se caracteriza por la elección de representantes que son encargados de tomar las decisiones que afectan al total de la ciudadanía. La democracia moderna occidental se fundó en el ideal representativo de la democracia norteamericana que sostuvieron Hamilton, Madison y Jay, quienes opusieron la democracia representativa a la forma directa de democracia caracterizada por la existencia de instituciones en las que todos los ciudadanos intervenían en el proceso de deliberación y toma de decisiones. Una de las preocupaciones sustanciales de Madison era la dificultad que mostraban las democracias directas para diluir el espíritu de partido característico de toda sociedad, el cual impedía alcanzar el bien común y desembocaba en situaciones vulneratorias de la seguridad de la población.
Ante esta preocupación, Madison se inclinó por un tipo de democracia distinta a la del modelo ateniense: la república. La república se caracterizaba por la existencia de un sistema de representación y se distinguía de la democracia pura en que delegaba la facultad de gobierno en un pequeño número de ciudadanos elegidos por el resto. De esta manera, la república era una forma de gobierno superadora de la democracia por tender a “la total exclusión de la gente en su capacidad colectiva”, produciendo decisiones menos pasionales, más cercanas al bien común. La república basada en un sistema representativo podía comprender un número más grande de ciudadanos y una mayor extensión de territorio, lo cual permitía la multiplicidad de partidos e intereses evitando así la opresión de una facción. La democracia representativa condujo a una lenta ampliación de la ciudadanía en la que el gobierno del demos sólo fue posible a través de sus representantes elegidos a través del voto.
Ahora bien, la diferencia entre la forma directa y la forma representativa de democracia no reside exclusivamente en la existencia o no de representantes sino en el método de su selección. Como se ha descrito, aunque en la democracia directa griega existían instituciones que funcionaban con base a la representación, estos representantes eran elegidos a través del sorteo y no de la elección, lo cual constituye una diferenciación sustancial en cuanto al principio de igualdad política señalado.
La naturaleza del régimen político del que estamos hablando, la llamada democracia representativa o moderna, poco tiene que ver con la democracia en el sentido fuerte del término que analizamos en el mundo clásico. Pocos dudarían en sostener la amplitud de las diferencias que separan a la manera de ejercer la política a partir de la reunión de todos los ciudadanos en la asamblea griega, y la forma moderna de participación mediatizada por los partidos políticos. Se equivocan quienes creen ver en los estados modernos la adecuación de los viejos principios. Más bien, como mencionábamos al comienzo, estamos en presencia de una particular forma de gobierno que podemos definir como gobierno electoral representativo y que se caracteriza por la realización de elecciones para establecer quiénes serán los representantes de los ciudadanos en la definición de los asuntos públicos.
La importancia asignada a las elecciones como elemento constitutivo de la democracia fue bien desarrollada por Schumpeter. La preocupación central de este autor era el funcionamiento real de las democracias existentes y la identificación de criterios que pudieran describirlas adecuadamente en tanto la definición de la democracia basada en la idea de la realización del bien común resultaba inadecuada. La crítica de Schumpeter a esta definición se basaba en el hecho, por él esgrimido, que no existía tal cosa como un bien común con el que todos estuvieran de acuerdo y, en consecuencia, tampoco una voluntad general que implicara la existencia de un pueblo soberano y homogéneo. La sociedad mexicana es un ejemplo notable de esa heterogeneidad que implica el enorme mosaico que es nuestro país. Un país que no cabe en una sola persona, en un sola agrupación, en una sola ideología, tal como lo expresa el testimonio del voto fragmentado en Mexico. Más aún: el lopezobradorismo comienza a desmembrarse a partir de una de las claves de la democracia: el derecho de la información como un valor superior que nos exige a todos ser guardianes de las instituciones encargadas de realizar elecciones auténticas, libres y periódicas para vigorizar la democracia y vencer la apatía.
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