Poder y dinero/Víctor Sánchez Baños
Juan Pablo Luna nos dice que es necesario reconocer que los sistemas latinoamericanos –aunque aparentemente en vías de institucionalización– no poseen los niveles de estructuración típicos de la Europa de la posguerra, aunque Chile constituye una excepción, pues poseía el único sistema de partidos comparable con los de los casos europeos en términos de la estructuración de clivajes sociales y el nivel de penetración social de los aparatos partidarios.
El análisis de los orígenes y la evolución de los sistemas de partidos presentes en la región hasta 1990, contribuye a explicar su debilidad histórica. No obstante, los cambios que han tenido lugar en esos sistemas sugieren enfáticamente que la situación de principios de los 1990 correspondía o bien a un equilibrio frágil o al fin de una era.
El volumen editado en 1995 por Mainwaring y Scully constituye el hito más trascendente en esta literatura. Los editores discuten teóricamente, operacionalizan y miden el concepto de “institucionalización de los sistemas de partidos latinoamericanos”.
Se desarrollaron una serie de indicadores empíricos relativos a cada una de las cuatro dimensiones de institucionalización consideradas como relevantes: la estabilidad de los patrones de competencia entre partidos medidos a través de la volatilidad electoral; la presencia de vínculos estables entre los partidos, los ciudadanos y los intereses sociales organizados operacionalizada empíricamente a través de la observación de patrones de voto más o menos consistentes entre elecciones legislativas y presidenciales; la legitimidad de los partidos y de los procesos de elección democrática como los instrumentos pertinentes en la conformación de un gobierno observada a través del juicio históricamente informado de los propios autores; y, también operacionalizada con base en esos juicios, la presencia de organizaciones partidarias relativamente asentadas.
Es posible plantear que niveles similares de institucionalización pueden obtenerse con base en vínculos muy diferentes entre los partidos y la ciudadanía (por ejemplo sistemas clientelares contra sistemas donde predominan vínculos programáticos), con consecuencias diversas respecto al tipo de representación predominante y eventualmente, a la evolución futura de cada sistema.
El trabajo de Mainwaring y Scully contribuye a detectar grandes paradojas, pues los sistemas descritos como “institucionalizados” ahora están en crisis (Venezuela, Argentina y Colombia) llegando en algunos casos al colapso, mientras sistemas sumamente “incipientes” parecen haber ganado niveles mayores de estructuración programática (por ejemplo Brasil). Pero también se dan algunos casos clasificados como “incipientes” que parecen haber retrocedido aún más en términos de su institucionalización con el declive de los partidos “tradicionales” (Costa Rica e incluso Chile).
La institucionalización no sólo de los partidos, sino de toda la vida pública de nuestros países encuentra hoy una etapa marcada por la incertidumbre y la insurrección de la conciencia social, para cuestionar a la élite política como ilustran los toques de queda en Ecuador y Chile; o las elecciones lo mismo en Bolivia que en Argentina, naciones que aspiran a la institucionalización, pero con élites económicas y políticas agotadas.
En México, el panorama no es mejor: un Estado postrado ante el factor de poder de la delincuencia organizada y, la gestión AMLO sin una política de seguridad para los tiempos que corren y, una administración desnudada por la realidad, con la retórica vacua del presidente y toda su política que representa una completa nulidad.
Daniel Adame/Politólogo, periodista, académico.
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