Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
Los conductistas expresaron según la literatura, un profundo desinterés en las instituciones. Y explican que las instituciones eran, en el pensamiento de muchos conductistas, cáscaras vacías a ser llenadas con roles individuales, status y valores.
Posteriormente, hay un salto para enfocar el problema, a través del neo-institucionalismo. Es a partir de allí que todas las preocupaciones respecto a las características institucionales han sido elaboradas. Consideran que basados en las teorías de elección racional que las antecedieron y en contraste con las tradiciones institucionales anteriores, estos esfuerzos son teorías en equilibrio, que buscan explicar las características de los resultados sociales no sólo sobre la base de las preferencias de los agentes y el comportamiento maximizador, sino también sobre la base de las características institucionales.
Los conductistas ofrecen nuevos elementos en un esquema progresivo, evolutivo, y se trata del concepto de equilibrio inducido por la estructura, que se basa en la idea de que un proceso institucional, descrito por sus reglas, puede ser graficado como un juego en forma extensiva.
Y agregan que la secuencia, cuyos detalles se encuentran en las reglas institucionales de procedimiento que fueron suprimidos en la mayoría de las teorías anteriores, importa porque determina qué movimientos siguen a cuáles otros y quién logra moverse y cuándo; por tanto, la secuencia se vuelve estratégica.
Nos dicen que la identidad de los individuos importa porque las reglas confieren el privilegio de ciertos movimientos sobre ciertos subgrupos específicos.
Hay que aclarar que esta caracterización de la literatura está basada en una institución, como el sistema político mexicano contemporáneo. En nuestro país, las capacidades Institucionales del Estado son sustituidas por las capacidades personales del presidente, dirá en el estilo personal de gobernar, Daniel Cosío Villegas y, en la relación con los Estados Unidos, las instituciones son el valor fundamental en ese entramado que dibujó en su día, en el oso y el puerco espín, el embajador de la Unión Americana en nuestro país, J. Davidow que, evoca no sólo a las estratégicas instituciones de los dos países, sino sobre todo a su carácter interdependiente.
Recíprocamente nos necesitamos y, el estilo del presidente, López Obrador es un obstáculo a esa relación permanente y cotidiana entre México y Estados Unidos, dado lo evidente: nuestra fuerza no es el ala radical de lo que llaman la izquierda en la región hispano hablante, sino nuestra vigorosa permanencia como un país de América del Norte.
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