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CIUDAD DE MÉXICO, 27 de diciembre (Quadratín México).- El escritor y diplomático Alfonso Reyes, considerado uno de los principales impulsores del nacionalismo mexicano durante la Revolución, dedicó su vida a la escritura e historia, legando una vasta colección de ensayos.
Desafortunadamente, luego de sufrir varios infartos, perdió la vida el 27 de diciembre de 1959 en la Ciudad de México. Su genialidad lo ha llevado a ser nombrado uno de los “hombres ilustres” de la escena nacional.
Oriundo de Monterrey, Nuevo León, Reyes nació el 17 de mayo de 1889, en el seno de una familia acaudalada.
Durante su infancia estudió en las mejor instituciones de su ciudad natal, pero por diversos motivos se trasladó a la Ciudad de México, donde ingresó al Liceo Francés.
Debido sus altas inquietudes intelectuales, recibió lecciones particulares del profesor Manuel Velázquez Andrade; posteriormente intentó ingresar a la Escuela Nacional Preparatoria, sin embargo, por cuestiones familiares tuvo que regresar a Nuevo León, donde continuó sus estudios en el Colegio Civil.
A pesar de que escribió su primera obra de poemas en 1905, fue cinco años después cuando comenzó de lleno con su producción literaria, en la que destaca una serie de estudios sobre Robert Louis Stevenson y Gilbert K. Chesterton, publicados en París.
Participó en el ciclo de conmemoración del centenario de la Independencia con la conferencia “Los poemas rústicos de Manuel José Othón” y el ensayo “La estética de Góngora”, que fue dedicado a Rafael Altamira, intelectual alicantino.
En 1911, presentó “El paisaje de la poesía mexicana del siglo XIX” y “Cuestiones estéticas”, volúmenes publicados bajo el sello de la editorial “Paul Ollendroff” en París. Ese mismo año contrajo nupcias con Manuela Mota y un año después se convirtió en padre.
Regresó a México para concluir sus estudios e ingresó a la facultad, graduándose en Derecho el 16 de julio de 1913, cita el portal de Internet “alfonsoreyes.org”.
Ocupó el puesto de secretario de la Escuela Nacional de Altos Estudios y fue fundador de la cátedra de Historia de la lengua y literatura española en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, pero tras la muerte del Presidente Madero se exilió en París, Francia.
Durante el destierro comenzó a escribir la “Visión de Anáhuac” y tradujo de manera anónima la novela “La novena de Coleta”, escrita por Colette Yver. Además conoció a Raymond Foulché-Delbosc y a la corriente “Nouvelle Revue Francaise”, reseña el portal “colegionacional.org”.
En Madrid, trabajó en el Centro de Estudios Históricos, que en ese momento estaba a cargo de Ramón Menéndez Pidal; y en 1915 finalizó “Visión de Anáhuac”, que fue publicado dos años después. Luego, cinco años después, fue nombrado segundo Secretario de la delegación de México en la capital española.
Reyes se desempeñó como diplomático en Francia, España, Argentina y Brasil, hasta que en 1939 regresó a México, ya consolidado como una figura representativa a nivel internacional. De esta etapa sobresalen sus ensayos “Cuestiones gongorinas”, “Simpatías y diferencias”, “Homilía por la cultura”, “Capítulos de literatura española” y “Letras de la Nueva España”.
Ese mismo año comenzó con la construcción de un edificio habitacional, integrado por una biblioteca de 20 mil volúmenes. Con dicho inmueble cumplió uno de sus mayores anhelos, según su biografía publicada en “alfonsoreyes.org”.
Por más de 10 años se dedicó a la docencia, consiguiendo su madurez intelectual al escribir libros sobre temas clásicos como “La antigua retórica”, “Última Tule”, “El deslinde”, “La crítica en la edad ateniense”, “Junta de sombras”, “Tentativas y orientaciones”, “Norte y Sur” y “La X en la frente”.
También realizó una serie de traducciones, entre las que sobresale una parte de la “Ilíada”, de Homero. Presidió la Casa de España en México; en 1943 fue Miembro Fundador de El Colegio Nacional y fundador junto con Jules Romains del Instituto Francés de América Latina (IFAL).
En 1957, fue nombrado presidente de la Academia Mexicana de la Lengua, cargo que desempeñó por dos años. Además, apoyó a jóvenes escritores como Octavio Paz y fue nominado varias veces al Premio Nobel de Literatura, aunque nunca pudo conseguirlo.
Su salud se fue deteriorando considerablemente a raíz de una serie de infartos, que fueron atendidos por el médico Ignacio Chávez. Sin embargo, el 27 de diciembre de 1959, uno fulminante le arrebató la vida a los 70 años.
Ese día, el entonces Presidente de México, Adolfo López Mateos, decretó un día de luto nacional.
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