LA COSTUMBRE DEL PODER: EPN, su insomnio

02 de julio de 2012
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8:04
Gregorio Ortega

Cruzada la aduana de la elección, el candidato ganador puede darse el lujo de recordar las noches pasadas en duermevela, los proyectos, los ideales, el camino andado en medio de ajustes exigidos, complicidades, adquisición de nuevos compromisos y refrendo de los originalmente contraídos.

En un instante de lucidez EPN puede decirse, auto confesarse que terminó la pesadilla, que está del otro lado, que lo pendiente es miel sobre hojuelas: convocar a los miembros de su gabinete para formar gobierno, establecer las políticas públicas acordes a las necesidades de la nación y a los compromisos por él firmados ante notario y, por último, ordenar las prioridades.

Pero pronto, hoy mismo quizá, el hombre de Atlacomulco podrá darse cuenta de la enorme distancia que hay entre los asuntos resueltos en su despacho de Toluca, con los que ha de resolver desde Palacio Nacional, porque regresarle su legitimidad a la Presidencia de la República, recuperarle el prestigio, empieza por el decoro de presidir el gobierno desde la sede del poder, desde la Plaza de la Constitución. Permanecer en Los Pinos es no querer moverse, es no querer transformar a la nación.

Ya decidido a rodearse del aura del poder, del que automáticamente impone autoridad por su escenario y por quien lo encarna en ese entorno, podrá convocar a la realidad, esa terca realidad que se empeñará en acotar sus decisiones a lo que hay, lo que puede hacerse, los compromisos establecidos y las compensaciones que han de otorgarse cuando, para impulsar el desarrollo de la nación, se afectan los intereses de uno o de varios, pero de una minoría.

Con cierta dosis de amargura se percatará de que los nombres decididos por él in pectore para conformar su gabinete, no todos podrán ser convocados, porque los intereses y los compromisos, porque los conocimientos y los vetos lo harán darse cuenta de que ese presidencialismo vertical que al menos determinaba los nombres de sus más cercanos colaboradores, en el México de la globalización no será posible, porque todo cambió.

También se dará cuenta que sus políticas públicas, las propuestas de las reformas estructurales o la transformación del Estado encontrarán una oposición que él no esperaba, porque los intereses que anclan el progreso del país y se empeñan por evitar el desarrollo, son más poderosos que lo por él anticipado y, para avanzar necesitará actuar como lo prefiguró Hermann Hesse en Demian, “el que quiere nacer tiene que destruir un mundo”.

Sabrá así que el compromiso por el cambio, la urgente necesidad de reconciliar a México para lograr su transformación económica, pasa por la reforma total del modelo político, del Estado. De otra manera no podrá destrabar los obstáculos que impiden a los mexicanos recuperar su dignidad y su calidad de vida.

Si EPN pensó que las noches de la conquista por el poder fueron largas, pronto se dará cuenta que su insomnio acaba de empezar, que concluirá cuando, con la entrega del poder, rinda buenas cuentas, o le ocurrirá lo que a sus antecesores.

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