Escenario político
Fuego (1 de 2)
Escenas de niños o adultos que han recibido quemaduras en grados varios y extensiones diversas, son difundidas con cierta frecuencia por los medios informativos. Todo, o casi todo el público lo ve, pero no tiene conciencia del dolor que sufren esas personas y lo indefensos que están. Sólo quienes hemos pasado por quemaduras graves podemos decir de qué hablamos o escribimos.
Recordar ciertos pasajes de mi vida son catarsis (kátharsis, liberación, dirían los griegos) que, en mi caso, no me gusta aplicar. Hoy, será la excepción.
Recuerdo, hace algunos años –no muchos, por cierto- un recipiente conteniendo gasolina haló la llama de un soplete; el líquido se inflamó de inmediato, bañó mis piernas y mis manos que, en un movimiento instintivo, trataron de atajar el cacharro.
Después de apagar las llamas, un amigo acudió a una pequeña tienda cercana donde le proveyeron de huevos para cubrir con la clara mis heridas y contener el proceso de la quemadura. Otro puso mis manos bajo el agua fría para evitar la aparición de ampollas.
Siempre he sido más que ecuánime, frío. El doctor House me envidiaría. Así, conservé la calma mientras otro amigo me llevaba en su automóvil a una clínica en Villa Coapa. El trayecto se hacía eterno. Los automovilistas que nos antecedían no atendían a los reclamos del claxon del vehículo en el que iba. Casi para llegar al nosocomio, y no obstante mi muy alto umbral de dolor, comenzaron los ardores en piernas y manos. El letrero de “Urgencias” me dio cierta tranquilidad. Pensé que me pondrán un poco de picrato y me iría a mi casa.
Todo pasa ahora como en una cinta fílmica. Una enfermera de la recepción me llevó a una cama en medio de otras con pacientes que eran atendidos de alguna dolencia o accidente. Me dejó en ropa interior y me canalizó. Cuando me atreví a ver las curaciones que me hacían noté una pasta blanca (¿Lassar?). Como momia quedaron vendadas mis piernas y mis manos, impedido para hacer cualquier movimiento. Las enfermeras iban y venían. Daba la impresión de yo era un accidentado más y era todo. Un médico revisó mi recién estrenado expediente, pero no a mí, y no volví a saber de él. Llegó la noche y una asistente se dirigió hacia la charola con comida –que se había juntado con la de la cena- en la piecera de la cama.
– ¿No va a comer? Preguntó
Sólo acerté a mostrarle mis manos vendadas.
– ¡Ups! Exclamó y preguntó: ¿Habrá algún familiar que le dé de comer?
-Mi hijo Alejandro está afuera…creo.
La noche se hizo pesada. Mi umbral de dolor me ayudó a dormitar hasta las seis de la mañana en que una doctora iniciaba su turno. Ordenó a una enfermera quitarme las vendas para observar la gravedad de las heridas.
Se me quedó grabado cuando ella no pudo contener una expresión de asombro y una cara de: ¡Ah caray! Y ordenó un lavado quirúrgico inmediato que llegó con dolor casi insoportable. Otra vez más pasta de Lassar y vendas de momia.
Nuevamente preguntas y más preguntas y luego llamaron a mi familiar y le informaron que ya podría entrar por mí y darme de alta provisional pues, me anunciaron que debería regresar hasta el lunes siguiente (quedaría indefenso cuatro días) para curación y valorar si se podrían realizar injertos en las partes más dañadas o tomar medidas más extremas.
– ¿Cuál sería el extremo? Pregunté.
-La amputación.
– ¡Aggg!
El regreso a mi casa implicó acondicionar una recámara con una cama individual para poder maniobrar con las curaciones provisionales mientras acudía a la próxima cita.
Recordé que una gran amiga mía (con doble carrera: médica y odontóloga) había trabajado con pacientes rescatados del gran incendio de San Juanico (San Juan Ixhuatepec) cuando explotaron las gaseras instaladas en ese lugar. Esta comisión le había dado una gran experiencia en el manejo de pacientes quemados.
Mireya, Mireyita, un ángel mandado seguramente por mi Ángel de la Guarda.
Acudió a verme por la noche, después de su consulta.
– Déjame descubrir tus piernas y manos. Pero ¿Qué te hicieron Chatito? (así me decía) Recorría las heridas y las curaciones y sólo movía la cara con desaprobación. Voy a salvarlas. Vas a ver que sí; pero lo vas a sufrir…mucho, advirtió.