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Sheinbaum y obispos: Diferentes llamados a la ‘unidad’
Diciembre me gustó…
Como si nada ocurriera, ocurre el tiempo y ya estamos a punto de turrón. Es diciembre y ya está aquí lo bueno y lo malo de un mes sacrosanto para muchos y dramático para tantos. Es el impulso de once meses que se resume en treinta y un días, después de todo…
Por estos días de alegría, a pesar de los malos presagios, muchos volvemos la vista hacia tiempos mejores, que los hemos tenido; a lo mejor no con la expectativa de la opulencia pero sí una vida en la que la dignidad y el decoro fueran el sello de nuestras jornadas…
Eran días en los que había tiempo para la convivencia humana, cariñosa y tibia en días de invierno. Los encuentros de familia y amigos eran un festín de alegría y de exaltación del cariño que unos a otros nos teníamos y nos tenemos. Y el sentido de la vida adquiría dimensiones de hermandad y fraternidad. ¿Los hay aún? Sí, pero son de otro modo… (Y no todo tiempo pasado fue mejor, pero tampoco hay presentes mejorados.)
En todo caso queda el recurso del recuerdo, de los aromas a posada, al ponche de tejocotes, guayabas, caña y canela; las mandarinas inolvidables; la colación o las naranjas y los cacahuates que caían como lluvia del cielo sobre nosotros luego de que se quebrara la piñata con sus siete pecados capitales infaustos.
Y las letanías y las caminatas para llegar al pesebre y cantar jubilosos porque se recordaba que hace muchos años nació en Belén un niño que cuando creció habló de justicia, de igualdad y de que, por lo menos, nos quisiéramos unos a otros como esencia filosófica de lo humano que se convierte en solidaridad, armonía y ‘paz en la tierra’.
Todo eso lo teníamos en la cabeza por esos días. La verdad es que entonces y ahora los seres humanos somos más contradicción que devoción. Somos más traviesos que quitecitos y devotos. Pero somos así, y para controlarnos existen las leyes y los castigos si se pasan de la raya…
En todo caso las fiestas navideñas nos daban esa sensación de ser otros en otro tiempo y en otra circunstancia. Luego ya pasado el 6 de enero se volvía al tráfago cotidiano, a la lucha tenas por la subsistencia, a trabajar cuando se tenía trabajo o a ocuparse de las tareas obligadas para ser y estar con lo que resultaba del ‘sudor de la frente’.
No sé si es un asunto del paso de los años, o es que en efecto han cambiado las cosas, como es que creo, pero por esos años y días, las fiestas de diciembre como que sabían a eso: a diciembre festivo, entre frío y aromático, entre alegre y triste, entre el abrazo fraterno y el ‘tómate este ponchecito para que se te caliente la panza’.
… Hoy ya casi no se percibe así. En muchos casos es más una pachanga y más un grito por el consumo que un aliciente para el descanso anual y sentarnos y mirar lo que se hizo, para lo que sigue, sobre todo en las zonas urbanas del país.
Por entonces no había tanta vendimia. Como que los comerciantes eran parte de la fiesta y no nos creaban la necesidad de comprar-comprar-comprar, para regalar. Si había sorpresas y detallines. Nada extraordinario. Todo en la medida de lo posible. Lo importante era que estábamos ahí, juntos, celebrábamos y caminábamos con la esfera roja cristalina en la que nos mirábamos y en la que se veía nuestra vida iluminada, con serpentinas y ‘espanta suegras’ y confeti, silbatos estruendosos y mil luces de todos los colores de la vida.
Hoy no es tan así. Será que por estos días se resumen también los malos presagios que advierten días difíciles por venir.
La economía mexicana en crisis –aunque se nos diga lo contrario desde el discurso político-. El desempleo de millones de mexicanos. El empleo informal como eufemísticamente le llaman al desempleo disfrazado a la alza…
Una rebelión social que se resume en delincuencia organizada, crimen, violencia, agravio, corrupción e impunidad. La confrontación de unos con otros es pan cotidiano en todo el país. Por quítame estas pajas salta la liebre de la violencia y el maltrato. Y si bien hay millones de excepciones, éstas se pierden en el cúmulo del miedo de unos a otros.
¿Cuál es el entorno en el que se envuelven estas fiestas de diciembre en México? ¿Cómo habrán de recordarlas los que ahora son niños cuando sean mayores y tengan que hacer recuerdos por los tiempos que se fueron y las fiestas que vivieron? No lo sé. Nadie lo sabe.
Y sin embargo queda la expectativa de que por encima de los malos momentos y los peores presagios, hay en cada uno de nosotros la esencia humana que contiene a la razón, la fraternidad y la expectativa. No todo puede estar tan mal que nos rebase y nos anule…
Estamos aquí y solo nosotros sabemos de qué color tenemos la fortaleza que nos conducirá a días mejores, para recuperar la esencia de lo que siempre hemos sido, seres humanos en los que la fiesta de diciembre nos diga que todavía hay esferas brillantes por ver y vivir; luces de bengala que nos conducirán y fruta y golosinas que nos darán un mejor sabor de boca…
Eso es. Estamos aquí y merecemos recuperar el aroma a diciembre, como era y como será porque hay tiempo para la justicia, la igualdad, la generosidad, el abrazo completo…
… En días que recuerdan que hace 2016 años, nació un niño que nos heredó el ideal de que, a pesar de todo y por todo, se puede caminar sobre aguas turbulentas, y aun así recoger peces para multiplicarlos.