PERFILES: Contienda Electoral

02 de julio de 2012
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1:00
Lilia Arellano

De ahí que lo más natural sería que, al imponerles la banda presidencial, se vieran a sí mismos seis años después y se pregunten cuál quieren que sea el registro que marque la historia sobre su mandato y cuáles van a ser las aceptaciones o rechazos que pueden recibir no sólo ellos sino toda su familia, sus amigos y los cercanos. Normalmente y como corresponde a la mayoría de reacciones de los humanos –cuando se deja el poder se regresa al mundo terrenal-, es difícil aceptar los errores y si estos se dieron en cadena la tarea se convierte en extremadamente difícil. Sin embargo y según algunas confidencias hechas por quienes ya sin investidura se sienten desnudos, acude a la mente el recuerdo de aquellos amigos a quienes durante un largo tiempo se ignoró.

Viene lo que llamamos “remordimiento de conciencia”, aunque para acallarla se recurre a los también olvidados afectos familiares. Los días, las horas que se suceden después de que se entrega el poder, ya sea el municipal, el estatal y con mucho más rigor o intensidad el presidencial, son de interrogantes. La noche es larga, eterna, los sentimientos aparecen encontrados y la respiración se hace lenta, profunda. Sin embargo, no son esos los momentos de mayor temeridad. Están otros. Los que llevan a volver a dar la cara, a las apariciones en público ya despojados de la investidura. Es entonces cuando se recurre al barrido de rostros, cuando se presta mucha atención a las palabras para encontrar si tienen mensajes escondidos, es el momento de interpretar las miradas y las sonrisas y de justificar cuando se presiente que hay cierta burla, los rechazos.

Hasta las amabilidades tienen su dosis de interpretación. Esa computadora que tenemos por cerebro y que almacena a su antojo los recuerdos llevan al presente las acciones emprendidas, ya sea a favor o en contra de quienes salen al paso de los hombres ya sin poder y esos mismos hacen su aparición cuando por fin se toma la decisión de asistir a los lugares públicos, a los cines, a los teatros, a los sitios en donde por decenas se cuenta a los asistentes. Cual va a ser la reacción de los que los rodean cuando el tiempo transcurra y vuelvan a convertirse en simples ciudadanos. Esta tendría que aparecer como primera imagen del momento en el cual se asume el poder para prepararse desde ese instante para dejarlo.

Se antoja que, para quien porte la banda presidencial a partir del primero de diciembre de este año, tenga muy presente el gran abucheo que recibió Felipe Calderón en pleno Palacio de Bellas Artes el viernes 29 de junio, 48 horas antes de que el voto ciudadano decidiera quien será su sucesor y el vea ya muy en serio retroceder el calendario y el reloj, acercarse el fin de su mandato. No debe ser fácil enfrentar a un público compuesto en su mayoría por esa clase que sintió que estaba debidamente protegida y que manifestó su descontento de seis años de mandato que consideraron insatisfactorio o dañino. El primer mandatario hizo una entrada discreta y, por lo tanto, se sintió muy seguro de que el evento transcurriría en total tranquilidad.

Los ahí reunidos se mantuvieron muy atentos al concierto que ofreciera la Orquesta Sinfónica Nacional, dirigida por Carlos Miguel Prieto, para la interpretación de la obra completa de José Pablo Moncayo, autor del “Huapango”, pieza que ha sido calificada como un segundo Himno Nacional. Y el evento fue exitoso a más no poder. El público ovacionó una y otra vez a los músicos, a su director, solicitaron que se repitiera por lo menos “Huapango”. Algunos más tenían lagrimas en el rostro que pese a ello no dejaba de mostrar una gran satisfacción.

Ante todas estas reacciones, que duro habrá sido para don Felipe que, al subir al estrado acompañado del titular de Educación Pública, del doctor José Ángel Córdoba Villalobos, el auditorio se olvidara hasta del sitio en el que se encontraba para abuchearlo, para gritarle expresiones como “¡fuera, fuera!”. Cual si se tratara de una mala función de carpa se escucharon silbidos que guardaban en sus notas lo que conocemos como mentada de madre. Protesta sin ningún impedimento fue lo que muchos interpretaron. Otros más dieron rienda suelta a su memoria y ésta los trasladó al cine mexicano de antaño, aquel que presentaba a Porfirio Díaz y su corte siendo víctimas de actos similares en el mismo lugar, en el que incluso fue una de obras de su mandato: el Palacio de las Bellas Artes.

Si quien porte la banda presidencial a partir de las cero horas del primer día del último mes del año tiene en su mente este acto y le da la debida interpretación, buscará su lugar en la historia y, al hacerlo, nos brindará, nos dará a los mexicanos no sólo una esperanza sino la garantía de que el país habrá de recobrar el rumbo, de que hay formas de salir de todos y cada uno de los baches que la intensa lluvia de incapacidad ha formado en el camino de millones de ciudadanos. Que hacer y hacia dónde ir cuando el poder se vaya es el tema y en él también, como en el enriquecimiento, se incluye a las generaciones futuras. ¿O no?

 

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