Alfa omega/Jorge Herrera Valenzuela
Lo que ignora el señor Lozoya es que tal reforma migratoria, como toda decisión del Congreso estadunidense, será una decisión unilateral, dirigida a un problema que es bilateral por definición como lo son todos los problemas asociados a la inmigración de mexicanos a Estados Unidos.
Quizás haya mexicanos contentos por el triunfo electoral de Barack Obama. Posiblemente todavía queden espíritus capaces de comprar la leyenda de más alto consumo en relación con las elecciones americanas: la fórmula demócrata, con un mayor sentido social, tiene un trasfondo conveniente para la solución de muchos problemas bilaterales, mientras los republicanos viven determinados por el pragmatismo expansionista cuya frialdad todo lo frena.
Y por desgracia las cosas no son así, al menos no lo son en cuanto a la relación con México.
En ese sentido, México y Estados Unidos tienen dos temas, desde mi punto de vista imposibles de resolver: la trenza del crimen organizado, cuyos productos benefician a un mercado principalmente estadunidense, pues no es fácil sostener a veinte o veinticinco millones de consumidores de drogas ( y sus proveedores) y la migración, con sus derivados de trata de personas y presión sobre servicios públicos.
La política migratoria ha sido vista desde México con un enorme primitivismo: desde aquella célebre definición simplona y grosera de Vicente Fox por la cual los mexicanos serían los negros de abajo, de hasta abajo y por lo tanto merecedores de compasión por ese solo hecho, hasta la silenciosa aceptación de la Copa América en materia de deportaciones, lograda sin estruendo pero con rigor por el reelecto presidente, Barack Obama, y ante la cual México nada más se alza de hombros y cuenta con preocupación la merma en el flujo de remesas, mientras cierra los ojos a la otra migración: la de los centroamericanos cuyo paso por este país –como (entre paréntesis) bien lo documenta la estrujante película La vida precoz y breve de Sabina Rivas, de reciente estreno e indispensable vista. Pero ése es tema aparte.
En un reciente artículo, Jorge Bustamante, el mejor científico social en esa materia, deplora la poca comprensión del próximo gobierno mexicano en torno de la cuestión migratoria, pues le atribuye al coordinador de estos asuntos en el equipo de Enrique Peña, y posiblemente futuro canciller nacional, Emilio Lozoya Austin, un error de percepción. Veamos:
“…Las declaraciones del licenciado Lozoya, en nombre del equipo de transición del Presidente electo, parecerían dar por hecho que ganaría Obama al decir que propiciarán, ‘respetuosamente’, la reforma migratoria que ha ofrecido el presidente Obama.
“Lo que ignora el señor Lozoya es que tal reforma migratoria, como toda decisión del Congreso estadunidense, será una decisión unilateral, dirigida a un problema que es bilateral por definición como lo son todos los problemas asociados a la inmigración de mexicanos a Estados Unidos.
“Esta naturaleza bilateral del fenómeno migratorio hará que una decisión unilateral no pueda ser una solución a esos problemas, pues éstos se derivan de factores ubicados en ambos lados de la frontera…
“… Es una lástima que la política hacia Estados Unidos del Presidente electo, anunciada por el licenciado Lozoya, se ‘vaya con la finta’ de una dizque solución propuesta por el presidente Obama en los términos de una ‘comprehensive reform’ a la cuestión migratoria que adolece de un error de conceptualización que ignora la naturaleza bilateral de un fenómeno poblacional de carácter laboral que se ha desarrollado por décadas a partir de una interacción entre una demanda endógena de la fuerza laboral de los migrantes…”.
Pero, por otra parte, hemos visto opiniones opuestas. No con relación en las creencias del equipo de transición, sino en cuanto a la verdadera posibilidad de un cambio en la realidad poblacional de Estados Unidos, cuya primera manifestación podría ser explicada por el reporte del Pew Research Center (divulgado por Jorge Castañeda):
“…El gran cambio consiste en el aumento descomunal de la migración legal. En 2010, el último año del que hay datos, sólo de mexicanos, se produjeron 537 mil ingresos legales de trabajadores temporales, así como la entrega de 150 mil tarjetas verdes o permisos de residencia permanente. Entre ambas categorías se llega a casi 700 mil ingresos (que no es lo mismo que número de visas): el mayor de la historia, superando el pico del acuerdo bracero en los cincuenta.
“…El incremento tiene varios orígenes. Del lado de los trabajadores temporales el aumento vertiginoso de las Visas H, que incluyen las NAFTA, las visas T, las visas para inversionistas y los traslados intraempresas. Del lado de mexicanos con residencia permanente en EU en 2010 hay un hecho imprevisto: cuando a partir del 2006 surgió el clima antimigrante y antimexicano, un número elevado de residentes permanentes mexicanos optaron por naturalizarse, habiendo cumplido los 5 años de residencia necesarios.
“Una vez convertidos en ciudadanos, automáticamente tienen derecho a traer a sus hijos, padres y cónyuges sin que hagan la cola de los familiares de los residentes permanentes. Esta tendencia sigue…”.
Sin embargo los mexicanos cometemos un serio error en este asunto. Primero, lo vemos nada más en el norte y cerramos los ojos en nuestra condición de territorio de paso de la migración centroamericana y repetimos en esta materia el mismo error cometido en la guerra contra las drogas: servir de retén (o no servir) para los intereses de Estados Unidos.
Por eso en las postas migratorias de México con Centroamérica, quienes mandan (tanto como en las del norte, pero de manera más burda todavía) son los agentes del U.S. Customs and Border Protection.
Su retiro absoluto, como el de los agentes de la DEA en la otra materia, debería ser el principio mexicano en un cambio profundo de la relación bilateral. Pero eso no va a ocurrir. La imposición seguirá.
QMX/rc