REFORMA 262: Y al final, tronó la pistolita

01 de noviembre de 2012
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9:41
Rafael Cardona

Calderón sonreía satisfecho de ver cómo las cosas cayeron al fin por su propio peso, y Marcelo ensayaba un gracejo, Andrés Manuel se cebaba en descargar sus opiniones contra el presidente, a quien le atribuye –sin explicar cómo llega a tan complejo diagnóstico—, una “mala entraña” frente a la cual quizá oponga su luminoso rayo de esperanza.

Para quien lo quiera aprender, el lenguaje popular nos regala una de sus mejores y más seguras frases de reivindicación, revancha o satisfacción final: quien ríe al último, ríe mejor. O dicho de otro modo, ¿tronabas o no tronabas, pistolita?    Al menos eso debe haber pensado el presidente Felipe Calderón mientras escuchaba a Marcelo Ebrard en la ceremonia de inauguración de la Línea 12 del Metro, cuyo nombre de Línea Dorada o del Bicentenario quedó atrás, muy atrás. Para lo dorado no hubo esplendor y para el Bicentenario (de la Independencia) la ceremonia llegó tarde.  Quizá se podría llamar no la Línea 12, sino la Línea del cuarto para las doce.

Pero para lo bueno, dicen, (y esta obra es altamente importante para la ciudad y su futuro) no hay mal tiempo.

“Bueno  —decía MEC—, pues ya terminamos, estamos muy emocionados el día de hoy, queremos agradecer la presencia al señor presidente de la República, licenciado Felipe Calderón; los secretarios de Gobernación, de Hacienda y Comunicaciones y Transportes; del Embajador de los Estados Unidos en México; de las y los senadores, diputados federales; compañeras, compañeros; amigas y amigos todos que el día de hoy nos acompañan”.

“Estaba yo recordando ahora que veíamos el video cuando tomamos la decisión de hacer esta Línea, fue en el 2007 si se acuerdan, hicimos una consulta, participaron millón 30 mil personas para respaldar y apoyar que se hiciera esta Línea del Metro como parte del Plan Verde de la Ciudad de México”.

“Bueno, iniciamos todos los procesos y teníamos una incertidumbre muy grande del tipo financiero en el país, incluso tuvimos que atravesar la crisis de 2008, que fue bastante seria. Hubo que atravesar los efectos que trajo consigo la crisis de la influenza, desde el punto de vista de la disponibilidad de recursos y de cómo nos iba a ir en este proyecto, es un proyecto inmenso para la ciudad de México”.

Aquí fue donde hubo un reconocimiento explícito al presidente Calderón (¿cómo habrán sonado en los oídos del caudillo las gratitudes finales de Marcelo al “Señor Presidente”, dichas casi en el tono de Miguel Ángel Asturias?, ¿habrá sentido el rubor ajeno?) por la incorporación al presupuesto de los miles de millones de pesos necesarios para concluir la Línea de Mixcoac a Tlalpan cuya ruta atraviesa el DF por casi todas las delegaciones del sur.

Quizá por eso, mientras la pipa de la paz pasaba de boca en boca y Calderón sonreía satisfecho de ver cómo las cosas cayeron al fin por su propio peso, y Marcelo ensayaba un gracejo, Andrés Manuel se cebaba en descargar sus opiniones contra el presidente, a quien le atribuye –sin explicar cómo llega a tan complejo diagnóstico—, una “mala entraña” frente a la cual quizá oponga su luminoso rayo de esperanza.

La actitud final del Jefe de Gobierno fue correcta.

Y no sería materia de comentario alguno si no se viera contrastada, hasta sin la voluntad de los analistas, por tantos años de desplantes infantiles por los cuales se negaba a presentarse cerca del Ejecutivo a quien –como su jefe político— le negaba la jerarquía obtenida en las urnas y se aferraba a las descalificaciones cuyo grosero contenido se tragó al final, como quien se come un sapo en escabeche. O un plato de otra cosa.

“Te disparo el viaje”, le dijo a fin de cuentas.

Total, si París bien vale una misa, los 13 mil 700 millones de pesos del Gobierno Federal para la magna obra son suficientes para olvidar fanfarronadas y desaires ensayados.

Pero en el complejo mundo del Partido de la Revolución Democrática en el cual todo cabe menos el sentido común, los dos jefes de gobierno impuestos por  la fuga de sus jefes en pos de sendas  candidaturas presidenciales, fracasadas ambas, Rosario Robles y Alejandro Encinas, no estuvieron presentes en una inauguración cuyo significado, sin posibilidades para regatear, es de enorme trascendencia para la historia capitalina.

Una no se presentó por haber sido expulsada del partido. O empujada a la renuncia, lo mismo da. Y el otro, por su fidelidad a ultranza hacia Andrés Manuel a quien le debe todo, absolutamente todo en su vida política.

Y así se lo hizo saber a su compañero de partido:

“Ebrard, agradezco tu invitación a la inauguración de la Línea 12 del Metro, no puedo acompañarte teniendo de por medio a Felipe Calderón. Felicidades”, escribió en su BB. Por lo menos este no se rajó.

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QMX/rc

 

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