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Con su muerte, a los 93 años, Silvia Pinal cierra un capítulo irremplazable de la Época de Oro del cine mexicano. La también promotora del teatro en México, dejó un legado artístico que abarca el cine, la televisión, la política y la cultura nacional. El fotoperiodista Antonio Caballero rememora que con su cámara la capturó muchas veces. “Mi memoria siempre la guardará como lo que fue: un símbolo de nuestra época”
Alberto Carbot
CIUDAD DE MÉXICO, 29 de noviembre de 2024.- Este jueves, tras varios días de internamiento en el hospital Médica Sur de la Ciudad de México, Silvia Pinal falleció a los 93 años. Ella había sido hospitalizada a causa de una infección en las vías urinarias. Sylvia Pasquel, hija de la actriz, había compartido que su madre se encontraba estable en días recientes, pero su cuerpo finalmente no resistió. La carroza fúnebre con su ataúd abandonó el hospital Médica Sur a las 19:30 horas de este jueves.
La noticia de su muerte fue confirmada por sus familiares, quienes permanecieron a su lado en todo momento. Con su partida se cierra una etapa significativa en la historia del espectáculo mexicano, donde su talento y presencia la convirtieron en un referente del cine, el teatro y la televisión.
Silvia Pinal, quien había celebrado su cumpleaños el pasado 12 de septiembre, enfrentó complicaciones médicas en los últimos años que la llevaron en varias ocasiones al hospital. Su salud se había deteriorado significativamente debido a neumonías recurrentes y problemas relacionados con su avanzada edad.
Su trayectoria artística se mantiene como un gran aporte a la cultura mexicana. Desde su debut en 1948 con Bamba hasta su colaboración con Luis Buñuel en cintas como Viridiana (1961), El ángel exterminador (1962) y Simón del desierto (1965), Pinal construyó una carrera que rompió fronteras y la posicionó entre las figuras más importantes de la cinematografía de habla hispana.
Nacida el 2 de septiembre de 1931 en Guaymas, Sonora, en un contexto de incertidumbre, Silvia Pinal fue hija de María Luisa Hidalgo, quien quedó embarazada a los 15 años tras una relación con el director de orquesta Moisés Pasquel. Este último jamás reconoció a Silvia como su hija. El destino le dio un nuevo giro cuando su madre conoció a Luis G. Pinal, un periodista y militar que la adoptó y le dio el apellido con el que conquistaría la inmortalidad. Pese a que conoció a su padre biológico a los 11 años, la relación fue nula y su vínculo con la familia Pasquel siempre estuvo distante.
Su carrera, que abarcó más de siete décadas, la convirtió en una de las últimas divas de la Época de Oro del cine mexicano, así como en una musa para destacados creadores como Luis Buñuel y Diego Rivera. El primero, dirigiéndola en significativos filmes, en tanto que el gran muralista mexicano, inmortalizó en 1956 a Silvia Pinal en un retrato que ha trascendido como una de las piezas más simbólicas de la conexión entre el arte y el cine mexicano. Este cuadro, una obra maestra al óleo, muestra a la actriz luciendo un elegante vestido negro con detalles de encaje, una representación que exalta su porte y sofisticación, características que siempre definieron su imagen pública.
La historia detrás del cuadro comenzó gracias a Manuel Rosen Morrison, arquitecto y amigo en común de ambos, quien presentó a Pinal con Rivera en un momento en el que la actriz buscaba adornar su residencia en Jardines del Pedregal con una obra de gran impacto. La idea inicial de Rivera era más atrevida: propuso realizar un desnudo, en línea con los retratos que había pintado de otras mujeres importantes en su vida. Sin embargo, Pinal, consciente del contexto en el que el cuadro sería exhibido, declinó la sugerencia. En su lugar, optaron por una representación que reflejara su elegancia y el carácter refinado que ella proyectaba tanto en su vida personal como en su carrera artística.
Silvia Pinal posó para Rivera durante aproximadamente tres meses, en sesiones de dos a tres veces por semana, que tuvieron lugar en su propia casa. El resultado fue un cuadro de cuerpo entero que al paso de los años ha adquirido un valor simbólico y económico notable, cuyo valor aproximado es de tres millones de dólares. Sin embargo, más allá de su precio, el cuadro representa una pieza invaluable de la historia del arte. La pintura permanece en la residencia de Silvia Pinal, donde decora la sala principal. Ella siempre consideró el cuadro como una de las joyas más preciadas de su colección personal. En entrevistas, recordó con cariño el tiempo que compartió con Rivera durante las sesiones, describiéndolo como un hombre encantador y meticuloso. “Diego supo capturar no sólo mi imagen, sino mi esencia”, llegó a decir en una ocasión.
Pinal no sólo brilló frente a las cámaras y sobre los escenarios, sino que también incursionó en la política y la cultura nacional. Desde temprana edad, mostró una inclinación artística que la llevó a los escenarios teatrales bajo la tutela de Rafael Banquells, su primer esposo y mentor. Su debut cinematográfico, a los 17 años, en la película Bamba (1948) de Miguel Contreras Torres, marcó el inicio de una prolífica trayectoria. Con una sensualidad magnética y una voz inconfundible, Silvia capturó la atención del público, consolidándose rápidamente como una estrella del cine mexicano.
En la década de 1950, Silvia se destacó en papeles memorables junto a leyendas como Pedro Infante, Germán Valdés Tin Tan y Sara García. Películas como El inocente (1955) y Un rincón cerca del cielo (1952) mostraron su versatilidad actoral y su capacidad para conectar con audiencias de diversas generaciones. Fue en este periodo cuando su nombre se elevó al nivel de las grandes figuras de la época, como Pedro Infante y Marga López.
Silvia Pinal participó en más de 80 películas a lo largo de su carrera. Su filmografía incluye títulos destacados como El rey del barrio (1950), Un rincón cerca del cielo (1952), El inocente (1956) y sus icónicas colaboraciones con Luis Buñuel en Viridiana (1961), El ángel exterminador (1962) y Simón del desierto (1965), que la consolidaron como una figura fundamental del cine mexicano e internacional.
La colaboración de Silvia Pinal con Luis Buñuel marcó un punto culminante en su carrera y la inscribió en la historia del cine internacional. Ofreció actuaciones llenas de complejidad emocional y ambigüedad, mostrando una faceta artística que trascendía el glamour del cine comercial. Sus películas no sólo la convirtieron en una figura central del surrealismo cinematográfico, sino que también desafiaron las normas culturales de su tiempo.
Recibió el Premio Ariel en tres ocasiones: en 1953 por Un rincón cerca del cielo (Mejor Coactuación Femenina), en 1957 por Locura pasional (Mejor Actriz) y en 1958 por La dulce enemiga (Mejor Actriz).
Además de su éxito en el cine, Silvia incursionó en la política, convirtiéndose en diputada federal, senadora y asambleísta de la Ciudad de México, siempre bajo el cobijo del Partido Revolucionario Institucional (PRI). También enfrentó diversos desafíos personales y profesionales, como su rol al frente de la Asociación Nacional de Actores (ANDA). Aunque reconoció que liderar un sindicato no fue tarea fácil, consideraba que en su época la ANDA vivía un momento de esplendor, reflejo de la era dorada del espectáculo en México.
En los años 70, encontró un nuevo público a través de la televisión, donde encabezó programas de gran éxito. Su participación en las comedias musicales, con producciones como Mame y Hello, Dolly!, reafirmó su estatus como una artista versátil y multifacética. Además, construyó y administró los teatros Silvia Pinal y Diego Rivera, consolidando su influencia en el ámbito cultural.
En 1991, adquirió el antiguo Cine Versalles, un inmueble ubicado en la colonia Juárez. Bajo su dirección, el lugar fue completamente renovado y convertido en el Teatro Diego Rivera, con capacidad para 660 espectadores. Este espacio abrió sus puertas el 2 de mayo de 1991, convirtiéndose rápidamente en un referente de la escena teatral de la capital. Años después, en un gesto que reafirmó la importancia de Pinal en la promoción del arte en México, el teatro fue renombrado como el Nuevo Teatro Silvia Pinal, consolidándose como un reconocimiento a su trayectoria.
Antes de este proyecto, en 1988, Silvia Pinal, junto a Margarita López Portillo, adquirió el Cine Estadio, un espacio ubicado en la colonia Roma. La dupla lo transformó en el Teatro Silvia Pinal, un recinto diseñado principalmente para albergar comedias musicales. Este teatro abrió sus puertas en 1989 con la producción Mame, protagonizada por ella misma. Sin embargo, problemas administrativos y cambios en el panorama cultural llevaron al cierre del recinto en el año 2000. Posteriormente, el inmueble fue convertido en un templo religioso
Además de su trabajo en el cine, Pinal enfrentó diversos desafíos personales y profesionales, como su rol al frente de la Asociación Nacional de Actores (ANDA). Aunque reconoció que liderar un sindicato no fue tarea fácil, consideraba que en su época la ANDA vivía un momento de esplendor, reflejo de la era dorada del espectáculo en México.
Silvia Pinal vivió uno de los episodios más tensos de su vida en el año 2000, cuando se giró una orden de aprehensión en su contra por un presunto fraude millonario relacionado con la Asociación Nacional de Productores de Teatro (Protea). La denuncia fue impulsada por Alejandro Gertz Manero, entonces secretario de Seguridad Pública del Distrito Federal, quien argumentó irregularidades en la administración de Pinal durante su periodo como presidenta de la asociación. La actriz, sorprendida por la orden judicial, tuvo que tomar medidas drásticas para evitar ser detenida. Según narró en entrevistas, fue sacada de su casa en la Ciudad de México oculta en la cajuela de un auto y trasladada a Acapulco, desde donde voló a Miami para refugiarse en la casa de su hija, Alejandra Guzmán. Este autoexilio en Estados Unidos se prolongó por 11 meses, hasta que finalmente fue absuelta de los cargos y pudo regresar a México.
El caso generó gran polémica en el ámbito cultural y político, con versiones encontradas sobre las motivaciones detrás de la denuncia. Mientras que Gertz Manero defendía la necesidad de transparencia en la administración de Protea, otros, como el productor Morris Gilbert, afirmaban que el conflicto surgió por diferencias personales y desacuerdos en la dirección de la asociación. Durante el periodo en que estuvo en el exilio, Pinal continuó enfrentando el escrutinio público, mientras que su caso evidenciaba las tensiones entre figuras del espectáculo y el aparato político del país. A pesar de este episodio, ella mantuvo su legado intacto y continuó siendo una de las figuras más emblemáticas de la cultura mexicana.
En julio de 2013, con motivo de los 30 años del fallecimiento de Luis Buñuel, en la casa cerrada de Félix Cuevas número 27 —donde residió el director de origen español desde el 3 de marzo de 1954 hasta su muerte en julio de 1983—, Silvia Pinal acudió a un evento en el que se recordó a su amigo, y se proyectó el documental francés Luis Buñuel, un cineasta de nuestro tiempo, realizado en 1964 por Robert Valery.
Silvia Pinal describió entonces a Luis Buñuel como el director más extraordinario que llegó a conocer. “Hasta hoy no he conocido a alguien que lo supere ni creo que lo conoceré”, afirmó. Recordó que esperaba encontrarse con un hombre complicado debido a su reputación internacional y su impresionante filmografía, pero fue todo lo contrario: “Era respetuoso, amable, estricto y genial. Trabajar con él fue una experiencia única que jamás volví a vivir. Me hizo sentir una actriz como nadie más lo hizo”.
La relación profesional entre Pinal y Buñuel comenzó gracias a su propia determinación. Admiradora ferviente de su cine, buscó oportunidades para trabajar con él, incluso acompañada por Ernesto Alonso, aunque inicialmente no lograron concretar proyectos como Tristana debido a la falta de productores. No fue hasta 1960 —cuando Pinal mantenía una relación con Gustavo Alatriste—, que logró cumplir su objetivo: “Alatriste estaba dispuesto a producir lo que yo quisiera. Viajamos a España para decirle a Buñuel que podíamos empezar cuando él quisiera”. Así, protagonizó tres obras icónicas: Viridiana, El ángel exterminador y Simón del desierto.
De esas experiencias, Simón del desierto representó el mayor desafío actoral para ella. Interpretó al Diablo en diversas facetas, desde una figura vestida como Jesucristo hasta una mujer sensual. “Fue un personaje precioso, aunque muy difícil. Buñuel sabía exactamente lo que quería, y a pesar de lo exigente que era, su dirección me llevó a un nivel que ni yo misma creía posible”, aseguró. Sobre El ángel exterminador, Pinal reconoció que nunca llegó a comprender completamente el significado de la película, pero destacó lo mucho que disfrutó del proceso: “Nos hizo trabajar con borregos, embarrarnos de miel y tierra… Fue asqueroso, pero él sabía lo que quería. Al final entendí que era una reflexión sobre las enfermedades humanas”.
Su relación no sólo fue profesional, sino también personal. El cineasta español aceptó ser padrino de su hija, Viridiana Alatriste. “Era un hombre reservado, pero entrañable. Nunca olvidaré que, incluso en los últimos días de su vida, me reconoció no como Silvia, sino como Viridiana. Para él, siempre fui ese personaje”, compartió la actriz en una entrevista.
Su colaboración con Luis Buñuel no fue resultado del azar, sino de su propia iniciativa. Admiradora de su humor negro y su estilo cinematográfico, Pinal reveló que fue ella quien buscó al director para trabajar juntos. “Yo escogí a Buñuel, no él a mí”, afirmó con orgullo, recordando cómo su determinación la llevó a protagonizar obras icónicas. Según relató, Él tenía un método único en el set: no daba órdenes ni consejos directos, sino que construía una complicidad creativa con sus actores, logrando que las interpretaciones fueran auténticas y memorables.
La película Viridiana (1961), dirigida por Luis Buñuel y protagonizada por Silvia Pinal, generó un gran escándalo en España durante la dictadura franquista. Coproducida entre México y España, abordó temas como la religión, la hipocresía social y la moral, convirtiéndose en blanco de censura y críticas del régimen de Francisco Franco. La historia narra la vida de una joven novicia que, tras heredar la casa de su fallecido tío, decide convertirla en un refugio para los pobres. Sin embargo, los acontecimientos toman un giro crítico hacia las instituciones religiosas y la caridad impuesta, interpretándose como una afrenta directa a los valores del franquismo.
La cinta ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes, elevándola al reconocimiento internacional. Sin embargo, en España fue inmediatamente prohibida y se ordenó la destrucción de todas las copias, considerándola “blasfema”. Incluso el Vaticano emitió una condena pública, intensificando la polémica. Frente a esta situación, Silvia Pinal desempeñó un papel crucial en la preservación de la película. Según narró en entrevistas, desmontó los negativos, los envolvió en plástico y los ocultó en el forro de su abrigo antes de abordar un avión hacia México. Este acto, cargado de ingenio y valentía, aseguró que Viridiana sobreviviera y se difundiera desde tierras mexicanas.
La película no pudo ser exhibida en España hasta 1977, tras la muerte de Franco. Desde entonces, Viridiana se convirtió en un símbolo de resistencia artística y en una de las obras maestras del cine mundial. La acción de Pinal no sólo protegió una pieza clave de la filmografía de Buñuel, sino que también ejemplificó el compromiso de los artistas con la libertad creativa y la memoria cultural.
En febrero de 1962, durante el rodaje de El ángel exterminador en los estudios Churubusco de la Ciudad de México, el equipo de Luis Buñuel recibió la inesperada visita de Marilyn Monroe. La estrella de Hollywood, amiga del actor mexicano Xavier Loyá —quien compartió aulas con ella en el Actor´s Studio de Nueva York y formaba parte del elenco del filme—, causó gran revuelo entre el equipo. Silvia Pinal recordaba con humor el contraste que generó su llegada al set, donde el ambiente era deliberadamente incómodo. “Todas las mujeres estábamos desgreñadas, sin maquillaje, cubiertas de miel con tierra para sentirnos realmente incómodas”, rememoró entre risas.
Monroe, con su característico glamour, apareció vistiendo un entallado vestido que acentuaba su deslumbrante figura. “Fue un contraste impresionante”, señaló Pinal. Aunque Buñuel y el productor Gabriel Figueroa insistieron en tomar una foto de Monroe junto al elenco, ella declinó con pesar la invitación.
Otro episodio memorable en la vida de Silvia fue su boda con Rafael Banquells en 1947, en la que Mario Moreno Cantinflas fungió como padrino. Según relató la actriz en diversas entrevistas, una de ellas publicada en la revista Vanidades, cuando le pidió que aceptara este papel, él respondió con su característico humor: “Claro que sí, encantado, pero nada más te voy a pedir una cosa: que no me hagan rezar porque yo no sé nada de eso”. Durante la ceremonia, su presencia robó muchas miradas, pero también trajo risas al acto solemne. La amistad entre Silvia y Cantinflas trascendió esta ocasión, consolidándose a través de proyectos y encuentros en el medio artístico.
El legado de Silvia Pinal también se manifiesta en su descendencia, quienes han continuado la tradición artística de la familia. Su hija Alejandra Guzmán se convirtió en una de las cantantes más populares del rock latino, mientras que Stephanie Salas y Camila Valero — su bisnieta y hermana menor de la modelo Michelle Salas—, han incursionado con relativo éxito en la música y la actuación.
En la biografía de Silvia Pinal, los escenarios y las luces del espectáculo siempre fueron acompañados de una tormentosa vida personal. Su historia matrimonial y familiar es un mosaico de vínculos marcados por el arte, la política y la tragedia.
Se casó en cuatro ocasiones. Rafael Banquells fue su primer marido, un actor y director de origen cubano que se convirtió en su esposo cuando ella apenas tenía 17 años y él, 35. De esa unión nacida en 1947, surgió Sylvia Pasquel, la primogénita que pronto seguiría los pasos de su madre en el mundo de la actuación. Sin embargo, la relación con Banquells terminó en 1952, marcando el final de una etapa en la que Pinal comenzaba a labrarse un nombre en el cine mexicano.
Con Gustavo Alatriste, el productor de cine que llevó su relación profesional a un terreno más íntimo, Pinal encontró una conexión que la unió a Luis Buñuel en proyectos como Viridiana. Este matrimonio (1961-1967) dio como fruto a Viridiana Alatriste, una joven que parecía destinada a brillar como su madre, pero cuya vida se apagó trágicamente en un accidente automovilístico a los 19 años, en 1983.
Su tercer matrimonio, con Enrique Guzmán, marcó una etapa de pasión y controversia. Guzmán, ícono del rock and roll en México, no sólo compartió con ella una intensa relación amorosa, sino también dos hijos: Alejandra Guzmán —quien se convertiría en “La Reina del Rock”—, y Luis Enrique Guzmán, quien ha preferido mantenerse un poco al margen del foco mediático. Aunque juntos protagonizaron el programa televisivo Silvia y Enrique, tras bambalinas su relación estaba plagada de altibajos y violencia, que terminó en 1976.
Finalmente, Silvia encontró en Tulio Hernández Gómez, exgobernador de Tlaxcala, una estabilidad distinta. Su matrimonio con el político (1982-1995) no produjo descendencia, pero consolidó la imagen de Pinal como una mujer capaz de combinar las esferas del espectáculo y la política, aunque también estuvo rodeado de escándalos, como la acusación de fraude que la llevó a esconderse en Miami para evitar la cárcel. A pesar de ello, su papel como Primera Dama de Tlaxcala le permitió incursionar en la política, desde donde impulsó proyectos culturales.
Los lazos familiares de Silvia también estuvieron marcados por la polémica. En los años 80, un triángulo amoroso con Fernando Frade involucró a Silvia y a su hija Sylvia Pasquel, lo que derivó en una ruptura entre ambas que tardó años en sanar. Según Pasquel, su relación con Frade existía antes de que Silvia iniciara un romance con él. Finalmente, la muerte de Viridiana Alatriste logró reconciliar a madre e hija, cerrando una herida que había dejado cicatrices profundas.
En 2015, Silvia Pinal publicó su autobiografía Esta soy yo, un libro que generó impacto por las revelaciones sobre su vida personal y profesional. En sus páginas abordó momentos difíciles, como la muerte de su hija Viridiana y tensiones familiares, incluyendo el matrimonio de Sylvia Pasquel con Fernando Frade, su antiguo novio. También relató la lucha de Alejandra Guzmán contra las adicciones y problemas de salud, así como sus romances con figuras influyentes como Emilio Azcárraga Milmo.
El libro ofreció un retrato íntimo de su vida. Aunque sus confesiones causaron incomodidad en algunos círculos, fortalecieron su legado como una figura que siempre desafió las convenciones.
Mucho se habló de su posible romance con Pedro Infante, con quiencompartió pantalla en películas como El inocente (1956), donde su química generó rumores sobre una relación romántica. En su autobiografía, Silvia aclaró que, aunque desarrollaron una amistad cercana, nunca fueron pareja. “Pedro era simpático, bromista y comelón, era divino”, comentó, añadiendo que, aunque él intentó cortejarla, ella no estaba interesada, ya que sus intereses amorosos estaban dirigidos hacia otra persona en ese momento.
En diversas entrevistas, Pinal recordó cómo Pedro solía visitar su hogar y tenía una relación cercana con su abuela, a quien llevaba regalos. También destacó su educación y carisma, mencionando que, aunque era pícaro, siempre fue respetuoso. Estas anécdotas ofrecen una visión humana y cercana de Infante, más allá de su fama de galán. En una entrevista en 2019, Pinal describió a Infante como “muy inocente, muy ingenuo, muy ignorante”, destacando su autenticidad. Además, reveló que el actor evitaba escenas sin pantalones porque consideraba que sus piernas eran demasiado delgadas, un detalle que muestra su lado más humano. En otra ocasión, desmintió rumores de romance, explicando que una de las razones era su aversión por las motocicletas, una de las pasiones del actor.
Los últimos años de Silvia Pinal estuvieron marcados por el declive de su salud y una polémica en torno a su participación en proyectos teatrales. A los 91 años, se preparaba para regresar al escenario con Caperucita ¡Qué onda con tu abuelita!, pero un episodio de salud la obligó a cancelar su participación en el estreno. Las críticas no se hicieron esperar, cuestionando si una figura de su talla debía continuar trabajando en condiciones adversas.
Silvia Pinal vivió sus últimos años enfrentando problemas que incluyeron infecciones recurrentes y complicaciones pulmonares y renales, que finalmente la llevaron a la muerte. No obstante, su legado permanece intacto. Más allá de las películas y obras que protagonizó, su influencia se extiende a generaciones de artistas y al público que la acompañó durante décadas.
Como una vez se dijo sobre las estrellas verdaderas: ellas no se apagan, continúan iluminando la marquesina eterna de la historia de los espectáculos.
La noticia de la muerte de Silvia Pinal llegó como un golpe en la memoria de Antonio Caballero, quien no sólo fue testigo de momentos significativos de la actriz, sino también un amigo cercano que compartió con ella episodios únicos, tanto en su vida personal como en su carrera. Para Caballero, uno de los fotógrafos más destacados de México, la partida de Pinal no es sólo el adiós a una figura destacada del cine mexicano, sino también el cierre de un capítulo donde su cámara se convirtió en el puente entre la diva y su público.
Las fotografías de Caballero son un archivo que revela facetas de Silvia Pinal que van más allá del glamour y los reflectores. Hoy, más que nunca, esos recuerdos capturados cobran un valor profundo, no sólo como testimonio gráfico, sino como piezas que narran la vida de una mujer que trascendió las pantallas y dejó una imagen relevante entre quienes tuvieron la fortuna de conocerla.
Antonio Caballero fue más que un fotógrafo para Silvia Pinal. Su relación llegó a ser tan cercana que ella le entregó personalmente una copia de las llaves de su casa en El Pedregal, para que cuando tuvieran cita entrara directamente, sin tocar. Un privilegio que habla de la confianza y la intimidad que compartieron. “Podía entrar y salir cuando quisiera. Esa cercanía no era algo que tuviera con cualquiera”, comenta Caballero.
Entre las imágenes más memorables que logró capturar están las que tomó en el Teatro Blanquita, donde Silvia aparece con una careta de payaso, mostrando su lado juguetón y lleno de vitalidad. Otras fueron en la casa que compartió con Enrique Guzmán, poco después de su boda. “Recuerdo que fue en 1967, poco después de su matrimonio”, dice, evocando con precisión las escenas que quedaron grabadas en su cámara.
Un episodio que destaca, ocurrió ese mismo año. “Se llevaría a cabo un evento en que habíamos sido invitados varios periodistas, que esperaban frente a su casa. Había decenas de ellos afuera, pero a ninguno dejaron entrar a la víspera. Yo simplemente llegué, abrí la puerta con mi llave y entré, para sorpresa de mis colegas Esa era la confianza que tenía con ella”, relata.
“Las fotos donde Silvia está con la careta de payaso se las hice en el Teatro Blanquita”, cuenta Caballero, como si pudiera verlas en su mente con la misma claridad de aquel día. En esas imágenes, Silvia aparece llena de vitalidad, envuelta en su encanto irreverente. “Las otras fotos fueron en su casa, cuando vivía con Enrique Guzmán”.
Hablar de Silvia, para Caballero, implica también recordar a Enrique Guzmán, quien ya era su amigo desde mucho antes de que se casara con la actriz.
Sin embargo, él no duda en describirlo como un hombre de carácter muy complicado: “A veces era pesado, otras payasón y cuando se lo proponía, era un buen tipo, pero esas eran las menos. Conmigo bromeaba mucho. Éramos aproximadamente de la misma edad, y se divertía usando nuestros números telefónicos, que eran casi idénticos. A él le parecía gracioso; a mí no tanto.
“Yo tenía el número 26 03 33 en la colonia Guerrero y el suyo era el 26 03 32 en la Anzures, y el bromista, les proporcionaba mi número cuando se lo pedían admiradoras o fans; eso derivaba en llamadas constantes”.
Sobre Silvia y Enrique como pareja, Caballero no tiene dudas: “La verdad, en sus comienzos, parecían novios de preparatoria. Silvia siempre fue traga años y a su lado Enrique se veía joven y apuesto, también. Cuando los fotografié bajando las escaleras de su casa, abrazados y sonrientes, no parecían las estrellas del espectáculo que eran, sino dos jóvenes muy enamorados”.
La confianza de Silvia en Caballero no solo le permitió entrar a su hogar, sino también ser testigo de algunos episodios inesperados. Una de las anécdotas más memorables ocurrió durante una transmisión en vivo de un programa de televisión patrocinado por Nescafé. Silvia, que estaba bailando, tuvo un incidente en el que uno de sus senos quedó expuesto. “Pero en lugar de desviar la cámara, los camarógrafos la enfocaron aún más. Yo tomé unas fotos de ese accidente singular, pero hoy no sé dónde quedaron los negativos. Seguramente están guardadas entre todas mis cosas”.
Otra historia, igual de reveladora, ocurrió durante un evento del festival de cine en el Auditorio Nacional. Ella llevaba un deslumbrante vestido blanco, pero un inesperado incidente, provocado por su condición femenina, dejó una marca visible en su atuendo. “Entonces, al darse cuenta de ello, José Ángel Espinoza Ferrusquilla, quien la escoltaba, la cubrió con el saco de su smoking. Fue un gesto caballeroso y espontáneo”.
Caballero también recuerda cómo Silvia destacaba entre las estrellas internacionales durante las reseñas de cine en Acapulco, que de manera alterna se escenificaban tanto en el otrora paradisiaco puerto del Pacífico, como en el Auditorio Nacional de la Ciudad de México. Allí coincidió con figuras como Maureen O’Hara y Joan Crawford.
De esta última, cuenta que, además de haber sido la dueña de Pepsi-Cola, era una mujer que hablaba perfectamente español y que siempre fue amable con todos. “pero Silvia no tenía nada que envidiarles. Entre ellas, siempre destacó por su carisma y elegancia”.
La amistad entre el fotoperiodista y Silvia Pinal, comenzó en los foros de televisión, donde también ella compartía espacio con Sergio Corona. Esa relación se fortaleció luego durante las reseñas de cine y en otros eventos donde Caballero se convirtió en uno de sus fotógrafos de mayor confianza. Sin embargo, con el paso de los años y el cambio en sus respectivas trayectorias profesionales, esa cercanía se fue diluyendo.
“Dejas de colaborar en ciertos medios, como era entonces El Fígaro, y las amistades en el medio se enfrían. Pero los recuerdos permanecen”.
Caballero destaca una de sus fotos favoritas: Silvia recibiendo un Ariel en 1957. “Es un momento único. Muy poca gente tiene imágenes de ella con el Ariel. En esa foto también está Arturo de Córdova, otro de los premiados”. Además, menciona una entrevista que le hicieron junto con su hija Viridiana. Ella moriría años después en un trágico accidente automovilístico.
Cuando se le pregunta por qué Silvia le confió las llaves de su casa, Caballero reflexiona: “Era la confianza que se forja en las andanzas de la vida. Me llevaba muy bien con ella y con Sergio Corona. Silvia siempre tuvo esa calidez que la hacía especial, incluso con quienes trabajábamos cerca de ella”.
“Más allá de la actriz, de la diva, era una mujer con la que podías compartir risas y confidencias. Mi cámara la capturó muchas veces, pero mi memoria siempre la guardará como lo que fue: un símbolo de nuestra época. En cada imagen hay un pedazo de la diva, pero también de la mujer que, entre risas, anécdotas y complicidades, dejó un recuerdo imborrable en quienes tuvimos el privilegio de estar cerca de ella. “Silvia era única”, concluye Caballero. “Más allá de la actriz, de la diva, era una mujer extraordinaria que supo brillar en la pantalla y en la vida”.