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De esa cifra, más de la mitad está expuesta a entornos peligrosos como esclavitud, servidumbre por deudas, actividades ilícitas que incluyen tráfico de drogas o prostitución, o la participación en conflictos armados, alertan datos del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) y de organismos nacionales.
El de Pepe es uno de los casos menos graves. Su rutina inicia cada día a las seis de la mañana, ayuda a su madre con el bote de tamales y la olla de atole que ella venderá en la esquina de la escuela donde él estudia. Luego, cumple su horario escolar y por la tarde se desempeña como “cerillo” en una tienda de autoservicio.
Sin embargo, para millones de infantes en el mundo la situación es grave, por lo que hace diez años la Organización Internacional del Trabajo instituyó el 12 de junio como el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, como una forma de exponer la grave situación que padecen los menores, además de convocar a la defensa de sus derechos y adoptar políticas que ayuden a revertir ese fenómeno.
En el caso de México, explica la consejera de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF), Nashielli Ramírez Hernández en entrevista con Notimex, el trabajo infantil es un fenómeno complejo ligado con la situación económica.
“Los adultos son los que tienen que trabajar y no los niños. Son ellos los que se deben responsabilizar de brindar seguridad a sus hijos. No es momento de hacernos de la vista gorda, sino de demandar trabajos dignos para los padres” de este país y evitar que los menores de edad laboren, que sean víctimas de maltrato psicológico, físico o moral, factores que afectarán su desarrollo personal.
Además, el trabajo puede generar sentimiento de culpa en el menor de edad, frustración, enojo con los padres, sentimiento de injusticia, así como traumas pues mientras otros juegan él tiene que laborar, alertó a su vez la directora del Centro de Especialización en Estudios Psicológicos de la Infancia (CEEPI), Claudia Sotelo.
A largo plazo, esto puede provocar que se conviertan en adultos con resentimiento social, lo que deriva en conductas violentas y delictivas.
Cuando “un pequeño trabaja para solventar los gastos de la familia y se queda sin empleo, su nivel de ansiedad se eleva por la presión” de no tener un sueldo que llevar a su casa, lo que le genera un sentimiento de irresponsabilidad, puntualizó la psicóloga.
Pepe hasta ahora no tiene ese sentimiento. Se siente orgulloso de él y de la mamá trabajadora que tiene porque procura para él y su hermano lo necesario y que no les falte comida en casa, le gusta “traer un quinto en la bolsa del pantalón”.
El dinero que gana como “cerillo” es para sus gastos de la escuela, comprarse o comprarle algo a su hermanito de seis años, y todavía le alcanza para de vez en cuando prestarle cinco o 10 pesos a su mamá para tortillas o queso.
De acuerdo con el Módulo Infantil 2009, integrado por la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STPS) y el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), las niñas, niños y adolescentes que laboran provienen principalmente de hogares pobres, son hijos de madres y padres con baja escolaridad.
Entre los factores que conllevan a un menor a buscar trabajo identifica, en orden de importancia, porque el hogar necesita de su trabajo (doméstico), requiere pagar el gasto que le genera su escuela o su propia manutención, para aprender un oficio o en el hogar se necesita su aportación, entre otras razones.
Niños y niñas incursionan al mercado laboral primordialmente en el sector agropecuario seguido por el comercio, los servicios, la industria manufacturera y la construcción.
Cifras del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef, por sus siglas en inglés), refieren que de 2008 a la fecha, en el país 190 mil niños y niñas de tres a cinco años de edad se han incorporado a la economía informal.
El organismo internacional calcula que 900 mil tienen entre cinco y 13 años de edad y 2.1 millones entre 14 y 17 años de edad, lo que significa que no tienen la edad mínima para trabajar.
Además, de los más de tres millones de niños, niñas y adolescentes trabajadores, 40 por ciento no estudia, lo que equivale a 1.2 millones.
La también presidenta de la Fundación Ririki, Nashielli Ramírez, califica el problema como “complejo, y esos niños no van a romper el círculo vicioso, salvo excepciones, porque acabarán siendo igual que sus padres y formando parte del rezago educativo de este país, ya que no tendrán las capacidades y habilidades para salir adelante”.
La especialista en estudios psicológicos de la infancia, Claudia Sotelo refuerza por su parte esa opinión y destaca como una de las desventajas del trabajo infantil el “círculo vicioso” en el que entran los pequeños, ya que cuando ellos se conviertan en padres repetirán el mismo patrón con el que ellos se desarrollaron.
En ese sentido, la representante de la Unicef en México, Susana Sottoli, enfatizó que cada vez hay más menores “ingresando prematuramente al mercado laboral, por eso se debe dar educación de calidad a los niños, para protegerlos de cualquier forma de explotación que pudiera darse”.
El ingreso a la vida laboral se refleja en los estados con mayor tasa de trabajo infantil, como son: Guerrero con 17.6 por ciento, Nayarit con 16.7, Zacatecas con 16.3, Colima con 15.8, Puebla con 15.1 y Oaxaca con 14.8 por ciento, detalla la Unicef.
Los entrevistados coinciden en que la gravedad del problema va en ascenso debido a la inexistencia de políticas públicas para contrarrestarlo y prueba de ello es que en los últimos 12 años México registró un incremento de 12 por ciento de menores que trabajan para aportar el sustento familiar.
Por ello, Susana Sottoli recalcó que “la contracara del trabajo infantil es la educación”, y el espacio donde debe estar el niño es el juego, la escuela y aprendiendo en familia. Por tanto, es bienvenida “cualquier medida que aumente la garantía del derecho a su educación y protección contra cualquier forma de explotación”.
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