Lilia E. Cárdenas Treviño, líder social y promotora cultural
MÉXICO D.F., 18 de julio del 2014.- Para la ciudad de México, esta es la mañana de un viernes cualquiera del mes de julio. Las calles emanan frescura de la intensa lluvia nocturna que cayó la noche anterior. Por lo demás, todo es habitual: tráfico, apretujones en el metro, vendedores ambulantes preparando sus puestos y ofreciendo desayunos para los peatones que caminan con prisa, para llegar a tiempo a sus trabajos.
En plena colonia Guerrero, en un rincón casi oculto de la esquina que forman las avenidas Hidalgo y Guerrero, el de hoy es un día especial, en un lugar poco común: el evento, el 142 aniversario luctuoso de don Benito Juárez. El motivo, un recuerdo para el Benemérito de las Américas en el mismo lugar donde reposan sus restos: el antiguo Panteón de San Fernando.
Parece que nadie respeta el silencio de los muertos: la gente, el ruido, incluso los pájaros que vuelan alrededor y tienen su nido en la techumbre exterior del panteón. Pero hay difuntos que tienen la culpa, sobre todo cuando se llaman Benito Juárez.
También son responsables sus vecinos distinguidos, como los ex presidentes: Vicente Guerrero, Ignacio Comonfort, José Joaquín Herrera o los generales Ignacio Zaragoza, Leandro Valle, Vicente Riva Palacio y Martín Carrera.
También habita un espacio el coronel Santiago Xicoténcatl junto a celebres políticos y escritores de la época del liberalismo mexicano: Miguel Lerdo de Tejada, José María Lafragua y Francisco Zarco.
En otro rincón, hay una placa que exhibe el lugar donde descansaron los restos de Melchor Ocampo, quien sin embargo cambió su residencia a la Rotonda de las Personas Ilustres desde 1897.
Hay mujeres consentidas, como doña Margarita Maza de Juárez quien reposa junto a su marido en un bello mausoleo de estilo neoclásico, en donde descansa una lápida de mármol.
Tampoco olvidemos a los vecinos indeseables: el general Tomás Mejía, uno de los acérrimos enemigos en vida de Juárez, quien murió fusilado en el Cerro de las Campanas, al lado del Emperador Maximiliano o Francisca de Paula Antonia de Padua Úrsula López de Santa Anna Pérez de Lebrón, hija del general Santa Anna.
Hoy aun cuando la gente ignora el hecho, la explanada que rodea el recinto y la iglesia que está contigua, lucen habitualmente limpios. Las banquetas aún contienen restos del líquido aromatizante con el que fueron repasadas durante la madrugada, no hay ambulantaje, de una fuente mana agua limpia y los vecinos de la zona se detienen ante la reja para mirar lo que ocurre en el interior.
Mientras tanto, la Banda de Guerra de la policía capitalina ensaya los acordes de lo que será la ceremonia que está por iniciar. Poco a poco los una serie de automóviles escoltados por motociclistas de Tránsito arriban al acceso principal, donde son recibidos por un importante dispositivo de seguridad.
Los menos afortunados, los no invitados caminan de un lado al otro del enrejado perimetral para tratar de ver entre las tumbas. Entonces retumban un sonido sordo de tambores y clarines con los que arrancan los honores a la bandera. El lábaro es desenfundado y escoltado hasta el templete.
Parece que además de las personalidades del gobierno capitalino que acudieron a la ceremonia para acompañar a la señora Rosa Elena Sánchez Juárez, descendiente de quinta generación de la familia Juárez García, también se dieron cita los difuntos que vieron interrumpido su descanso. Se sienten sus presencias por ahí, vestidos de levita o con sus uniformes de gala y sus largos vestidos de crinolina.
Entonces comienzan los discursos. Primero para recordar la memoria del abogado oriundo de Guelatao, Oaxaca: “Es el presidente vitalicio de México, porque hubo un antes y después de Juárez”. Entonces la voz del orador emocionaba su voz para afirmar: “México era un cúmulo de emociones y tras él se fundó el Estado Mexicano. Ahora hay que traerlo al siglo XXI”.
Por último recordó a los difuntos de San Fernando, quienes son aún recordados por haber sido contemporáneos del abogado y ex presidente de la Suprema Corte de Justicia: “La grandeza de Juárez está vigente y aquí descansan sus restos, rodeado de liberales y detractores”.
Tocó entonces el turno a Miguel Ángel Mancera, jefe de Gobierno capitalino, quien colgó la ideología de su gobierno al ejemplo que dejó el ex presidente errante, que bien pudo gobernar en la capital, como en Veracruz, San Luis Potosí o el antiguo Paso del Norte.
“Gracias a Juárez contamos con un régimen de libertades”, afirmó Mancera, “todos los días debemos los servidores públicos reflexionar y recordar que nuestro trabajo debe realizarse con honradez, honor, transparencia, pues de otra manera el reproche de la sociedad estará siempre presente, nos seguirá como una sombra, como la sombra tan grande de don Benito Juárez”.
Entonces, durante el discurso, uno de los innumerables miembros del séquito de funcionarios de la ciudad, escupía despreocupadamente en uno de los prados que rodeaban las tumbas.
Tras los discursos nuevamente la banda de guerra interpretó una melodía conocida, pero censurada por el gobierno liberal: el Himno Nacional, que aunque fue compuesto por instrucción del «traidor», Santa Anna, hoy sirve para conmemorar las grandes fechas cívicas como esta. ¡Qué ironía!, vinieron después las ofrendas florales y, de repente, todo otra vez a la normalidad.
Sin embargo, es posible que la gente de la ciudad conozca el recinto, conviva con muertos que están acostumbrados a interrumpir su sueño, para ser anfitriones de quienes aún los recuerdan como los grandes personajes que protagonizaron el devenir de México en la segunda mitad del siglo XIX.
Y por qué no, en un lugar lleno de ironías, donde cohabitan los grandes enemigos, donde el silencio no existe, donde unos usurparon cosas en beneficio de otros, como el Himno Nacional o como el mismo panteón, construido y administrado por sacerdotes, quienes en 1850 fueron despojados por el gobierno liberal para convertirlo en Panteón Civil, como parte de la nacionalización de los bienes eclesiásticos y que se convirtió en un cementerio de lujo hasta que sus puertas fueron cerradas definitivamente el 23 de julio de 1872, tras recibir a su último inquilino: el Benemérito de las Américas.
*El Museo Panteón de San Fernando está abierto al público de martes a domingo de 09:00 a 17:00 horas. Se ubica en la Plaza de San Fernando No. 17, Col. Guerrero, entre las estaciones Hidalgo y Guerrero del Metro.