Eliminar autónomos, un autoengaño/Bryan LeBarón
Del despiporre intelectual 4
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
La risa del mexicano, por más que quisiéramos descubrir en ella la flor de la alegría, es una mueca amarga, una máscara tragicómica, un antifaz inservible que transparenta el terrible drama.
Tratamos de fugarnos de él con el instinto de conservación de un refrán, con el valor cívico de un dicharacho o con la audacia intelectual de su epigrama.
Duele afirmarlo, pero nuestro humorismo equivale a la cabeza del avestruz que huyó de la realidad o que la enfrenta con el trasero.
El trauma histórico que padecemos nos ha vuelto escépticos.
Del axioma de que la historia la escriben los vencedores se desprende para nosotros un corolario y un comportamiento político humorístico.
El calendario patrio, ese que con tanto ahínco imponen quienes escriben la historia, no es un santoral de nuestra devoción.
La simpatía por los vencidos es, en cierta manera, la expresión de un sentimiento derrotista muy de nosotros.
Cuauhtémoc, Zapata, Villa (todos ellos vencidos, todos ellos traicionados) son los héroes auténticos de un pueblo vencido y traicionado desde siempre.
Estamos con ellos porque en el almanaque oficial no se ha instituido el Día de Cuauhtémoc, ni el Día de Zapata, ni el de Villa.
El Árbol de la Noche Triste, por lo demás, es un monumento vivo y comprobatorio de lo que decimos.
¿Por qué el Árbol de la Noche Triste?
Porque una noche lloraron abajo sus ramas los mismos que después escribieron la historia de la Conquista.
Por eso somos escépticos. Por eso somos iconoclastas.
Y por eso mismo aprendemos, desde temprana edad, a interpretar con ligereza los acontecimientos históricos y a tomar a pitorreo a muchos prohombres que en ellos participaron.
Tuvimos en nuestra juventud un maestro que nos explicaba en los siguientes términos uno de los episodios más conocidos de la Conquista:
El famoso salto de Pedro de Alvarado no respondió a otra motivación que a la de su miedo pánico a los combativos “chicanos” de aquel entonces, que por un pelo le pellizcan las asentaderas.
En cuanto a la epopeya de Chapultepec, nuestro mentor opinaba:
Los historiadores nos cuentan que el cadete Juan Escutia, a fin de evitar que la bandera mexicana fuese capturada por los invasores gringos, con un gesto de supremo heroísmo se envolvió en ella y
se arrojó al vacío.
Nada nos impide sospechar, sin embargo, que el inexperto aguilucho haya tropezado con un pliegue el lábaro patrio, precipitándose así al abismo.
Más tarde, en nuestra adultez, multiplicamos el conocimiento y la práctica de tales irreverencias.
¡Quién ignora, por ejemplo, lo que el aire le hizo al Benemérito de las Américas?
¿Quién no ha repetido alguna vez aquello de que “Juárez no debió de morir”, porque “si Juárez no hubiera muerto, todavía viviría”?
Es el pitorreo político el condimento imprescindible de nuestra comidilla humorística de todos los días.
El mexicano que no sonríe, que no hace un chiste a costa del gobierno o que no lanza una trompetilla en honor a cualquier político en el candelero, es un espécimen que seguramente vive en una era zoológica muy distinta a la nuestra.
Ya en los primeros años del al Conquista, en los que el pasquín representaba prácticamente la única tribuna popular, las divergencias entre españoles y criollos se resolvían de esta guisa:
En la lengua portuguesa
Al ojo le llaman Cri,
Y aquel que pronuncia así
Apuesta lengua profesa.
En la nación holandesa
Ollo le llaman al C…,
Y así con gran disimulo,
Juntando el Cri con el ollo
Lo mismo es decir criollo
Que decir ojo de c….
A lo que los criollos replicaron en otro pasquín que fue fijado en las esquinas de “El Parián”, cuartel general de la gachupinada de entonces, tal como La Lagunilla y la Merced lo son de los judíos y de los árabes de ahora.:
Gachu en arábigo hablar
es en castellano mula
pin en Guinea se articula
y en su lengua dice dar.
De donde vengo a sacar
que este nombre gachupín
es un muladar sin fin
donde el criollo, siendo c…
bien puede ser sin disimulo
cargarse en cosa tan ruin.
Al virrey Félix Berenguer de Marquina, que a semejanza de algunos munícipes actuales se distinguió por su increíble ineptitud, ya que entre sus obras sólo se recuerda la construcción de una fuente, si el pueblo le dedicó este pasquín.
Para perpetuar memoria…
nos dejó el Virrey Marquina
una pila en que se orina
y ahí se acaba la historia.
Cuando el general Antonio López de Santa Anna quedó cojo, la pierna que le faltaba recibió cristiana sepultura en el Panteón de Dolores con un epitafio a ella de su Alteza serenísima.
Por su parte el pueblo, regocijado con esta nueva extravagancia del pintoresco dictador, no tardó en repetir los versos colocados por Santa Anna, pero a su sabio parecer:
Es santa sin ser mujer.
Es rey sin el cetro real,
Es hombre, mas no cabal,
Y sultán al parecer.
Parte en el sepulcro está
Y parte dándonos guerra;
¿si será esto de la tierra
O que demonios será
Los fragmentos de la siguiente glosa en verso acerca de las diferencias existentes desde siempre entre el pobre y el rico, nos revelan toda la hondura de la filosofía popular:
El rico en palacios vive,
el indio en los campos crece
y en medio de las ciudades
siempre el pobre desmerece.
Si el rico toma su copa
de aguardiente o malvasía,
si se embriaga es alegría,
lo hizo por tomar la sopa.
Pero si es de poca ropa
aquel que tomó licor;
lo llevan con deshonor
a la cárcel si se ofrece,
porque la verdad señor;
siempre el pobre desmerece.
En fin, los pobres mortales
aunque uno y otro sucumba,
quieren en la misma tumba
distinguir sus funerales
porque hasta cruz y ciriales
lleva el que dejó riqueza
pero el que murió en pobreza
a oscuras la vida ofrece,
y concluye como empieza.
Siempre el pobre desmerece.
La militancia humorística por el malestar que provoca en algunos y la simpatía y solidaridad que recibe de los más, cumple las funciones de una verdadera guerrilla intelectual, manifestación de rebeldía con la que el pueblo pica y huye, repica