TEJEDORA DE HISTORIAS: Laura, contrabandista de Paloma

01 de noviembre de 2012
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Laura Athié

“Se permite el ingreso de cenizas humanas presentando el documento de cremación y acta de defunción, la urna se inspeccionará con los equipos de Rayos X y el equipo detector de explosivos”. (Nuevas medidas de seguridad. Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México)

Habíamos levantado el vuelo. Mi turbulencia era peor que la del avión que nos llevaría a Tijuana. Sentía miedo, estaba nerviosa, ¿qué pasaría si se abría la caja?, ¿si caía del compartimiento?, ¿si le pegaba a la cabeza de alguien?

Todavía escuchaba las voces de los guardias de seguridad que necios insistían: que la abra le digo o habrá problemas. Imposible convencerlos de que no traficábamos nada. Con los fríos ojos de mi madre encima, discutí con ellos y los mandé al carajo, nadie, de ninguna manera, iba a obligarnos a destapar la caja.

Sobre el vaho de la ventanilla del asiento 6-A del vuelo AM129 de Aeroméxico, pude escribir su nombre con mi dedo: “Paloma”, puse no una sino varias veces pensando en porqué no pude llegar a despedirla, lamentando no haber estado ahí, con el letrero cobrizo del hospital recién inaugurado en la cabeza. El Centro Médico Siglo XXI se estrenó cuando mi hermana quiso ser delgada como la azafata que mostraba, con un tedio abrumador, cómo abrochar el cinturón que no habríamos de quitarnos hasta que el letrero de no fumar se apagara.

Por favor no más, dijo mi madre con el rostro de mujer dura que le he visto desde la infancia. El avión se movía como montaña rusa. Ni una lágrima, sólo una mueca como de dolor de muelas o de estómago o de incomodidad por no poder mover el respaldo del asiento. En ese momento la imaginé, recta como nosotras, con la espalda pegada a la cama del hospital que hubo de mantenerla varias horas así después de la operación. A sus 19 años atada como loca peligrosa, con cintas de piel anudando sus hombros, su bajo vientre y sus tobillos para que el agua no le llegara a los pulmones. Erguida, soñando que le entraría el vestido, que usaría shorts, que tendría un novio.

No lo soporto, dijo, enseguida se paró, pasó por encima de mi y abrió violentamente el guarda equipaje, sacó el bolso, desenvolvió la caja y la tomó. Gris y pesada más que los 120 kilos que Paloma soñaba con haber perdido antes de que el doctor no supiera qué pasó tras el bypass gástrico, antes de que la viéramos salir sin vida jalada sobre una camilla por cuatro enfermeros que intentaban empujar su cuerpo generoso, jalando esa montaña de sábanas blancas frente a las miradas atónitas de todos nosotros y ese ruido terrible de las llantas que no giraban, mientras mi madre, que se jalaba los cabellos, como cuando le da migraña, no lloraba.

Toma, me ordenó y entonces, mientras por las bocinas se escuchaba la música de mariachis y la gente lanzaba vivas en el avión, viajé con la urna helada de las cenizas de mi hermana menor en los muslos llorando, esa noche del 15 de septiembre de 1994, las lágrimas que mi madre, ahora con audífonos en las orejas y roncando con la boca abierta, no derramaba.

Laura Athié: Mexicana, madre de Abril, especialista en difusión de políticas públicas, buena para dar y recibir golpes. Maestra en Política Educativa por el IIPE UNESCO París, comunicóloga por la Universidad Autónoma de Baja California, ciclista convencida y palabrera. Ha tenido 3 hermanas; Saira, Marmar y Paloma, que murió en 1994 tras una operación para bajar de peso, cuando tenía 19 años. Cumpliría años el 27 de octubre. / www.tejedoradehistorias.com

QMX/la

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