Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
Se dice que siempre es posible hallar una distracción si uno se empeña lo suficiente en buscarla. Y todo parece indicar que, la mayoría de los actores políticos se esfuerzan demasiado en hacernos caer en las distracciones del actual proceso electoral.
Es claro que cada posición electoral ganada es importante; pero, para ser absolutamente cínicos, quienes saben operar con política a corto plazo tienen interés especial por la composición del próximo congreso federal. De la configuración de los 500 legisladores de la Cámara de Diputados depende en buena medida el éxito de la gestión del presidente López Obrador. En perspectiva, sin el mayoriteo legislativo de los partidos aliados al ejecutivo estos dos años es claro que hubiera sido imprescindible el diálogo y la negociación; por tanto, la Secretaría de Gobernación hubiese asumido tareas concretas para el orden y la alineación de la política interna del país en lugar de lo que sea que esté haciendo ahora.
He allí la primera tarea por lograr para el partido del presidente y de sus aliados: seguir controlando la Cámara Baja. El problema sobre la famosa ‘sobrerrepresentación’ del partido hegemónico en el congreso no es sino la expresión real del conflicto en el que, como vemos, nadie –ni el INE– se puede mantener verdadera y completamente neutral.
Sin embargo, con una mirada por encima de lo inmediato, las elecciones de los congresos estatales no deben ser despreciadas. Al final, son los diputados locales los que ayudan o no a redefinir el marco constitucional vigente. Una tarea sumamente relevante frente a un liderazgo que debe garantizar a toda costa que la prometida cuarta transformación de la vida pública de la nación sea consolidada en las bases del Estado.
Y, por si fuera poco, son los gobernadores las principales piezas de un tablero que incide y a veces define las metas aspiracionales de los políticos del congreso local. Los 30 estados en renovación de legislativo local y los 15 nuevos gobernadores no deberían ser un dolor de cabeza para el resto de la administración lopezobradorista. Ya hemos visto cómo algunos mandatarios estatales han sido distractores tremendos para la gestión federal que el presidente desearía.
Así que, el conflicto presidencial con las instituciones de organización y vigilancia democráticas no es personal, es un imperativo de la lucha política en búsqueda de objetivos muy concretos, de tres escenarios que cambiarán o no el tono del resto de la administración federal actual.
En el primer escenario, los partidos aliados a López Obrador mantienen su peso político en la Cámara de Diputados y se suman un par o más de gobernadores afines al tabasqueño. Los efectos inmediatos de dicha composición se traducirían en proyectos, procesos y presupuestos a la medida del proyecto de la cuarta transformación. La oposición no tendría más recursos de apelación que los tribunales, el enardecimiento social y, desde el pesimismo, se tornaría ostensiblemente ácida, recalcitrante e ignominiosa la apuesta política de contrapesos al ejecutivo. Ni falta decirlo: el presidente seguirá señalando y machacando con saña y dedo flamígero a sus adversarios que quedarían evidenciados en su desesperación.
En el segundo escenario, el esperado por la oposición y sus extravagantes alianzas, es que el lobrezobradorismo se diluya en el Congreso y los gobernadores de oposición recuperen algo de orgullo perdido. Que tanto ellos como los partidos políticos vislumbren un país posterior a López Obrador, que se ilusionen por el futuro en el que ellos también podrían tener oportunidad de la silla presidencial. Este panorama es una batalla de sordos, ególatras liderazgos que apelan a la idea de un pueblo que ‘los llevó al poder’ pero que les ha dejado de interesar en sus necesidades y sus potencialidades. No es difícil imaginar qué podría ocurrir; la polarización absorbería todo diálogo.
Es el último escenario el que podría verdaderamente imponer un silencio reflexivo antes de abrir la boca: Si la ciudadanía mantiene el apoyo a los procesos emprendidos por López Obrador; pero, al mismo tiempo, le muestra y cuelga sobre su cabeza, cual espada de Damocles, el último día de su gestión y le exige –por vía de oposiciones funcionales– la necesaria humildad que deberá asumir para dialogar y ‘hacer política’ con los adversarios.
Este escenario requiere equilibrio y madurez ciudadana, además de una suerte matemática que logre conciliar una configuración post-electoral que confirme la confianza de la sociedad en que los cambios necesarios del país prometidos por AMLO se concreten bajo la condición de que el mandatario y el partido hegemónico aprendan a negociar, a respetar a los adversarios y a hacer política desde el acuerdo y no desde el desprecio.
Los distractores en este proceso electoral –para variar– son la mercadotecnia y la actitud pendenciera que tanto fascina a los medios, son los conflictos alimentados por una tendencia al espectáculo que crispa emociones y sentimientos. Estas elecciones federales y estatales pueden ser una verdadera oportunidad en el cambio de lenguaje, una oportunidad para –por primera vez desde hace dos años– hablar de la importancia que tiene la política interna en un país tan plural y diverso como México. Confiemos en el pueblo, y en las instituciones que poco a poco éste ha ido levantando con razón.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe